Ya calificada la elección presidencial y entregada la constancia de mayoría y de presidente electo a Enrique Peña Nieto las protestas por las diversas manipulaciones reales e imaginarias de la elección presidencial pasan a mejor vida. Habrá quienes insistan en desconocer a Peña Nieto como Presidente o quienes sostengan que la votación del 1o. de julio se vio tan empañada por todo el proceso previo que, más allá de la legalidad, no existen condiciones para considerar que la elección fue legítima y democrática. Y sé que hay gente de buena fe que comparte una u otra de estas posturas, o ambas a la vez; aunque, por supuesto, hay muchísimos adeptos de las mismas que lo dicen menos, justamente, de buena fe.Aquellos y aquellas que no pequen de honestidad intelectual, sin embargo, para poder seguir argumentando lo que han afirmado tendrán que, por lo menos, hacerse algunas preguntas y encontrar respuestas verosímiles. No me referiré a las interrogantes que tanto se han esgrimido: ¿por qué cuestionar la elección de Peña y no de los diputados, senadores y gobernadores o equivalentes del PRD? ¿Por qué haber participado en alguna elección si los dados estaban tan cargados desde hace tanto tiempo como ahora se pretende? ¿Por qué haber aprobado leyes, modificaciones constitucionales y nominaciones de consejeros del IFE y magistrados del Tribunal Electoral que desembocaron en este "desastre"? Todas estas preguntas son válidas y han sido insistentemente formuladas y no han recibido respuestas mínimamente creíbles. Pero hay otras.Supongamos que en esta elección en México, como en casi todas las elecciones en todas partes, hubo "compra de votos", es decir, que partidos, candidatos o instituciones recurrieron a estratagemas pecuniarias para conseguir el sufragio de un número determinado de ciudadanos. Supongamos que si bien todos lo partidos incurrieron en estos vicios, el PRI lo hizo mucho más que los otros, de tal suerte que su ventaja neta, descontando la compra del PAN y del PRD, sumara los 5 millones de los votos que dice AMLO. Y supongamos, por último, que aunque esto no se pudiera demostrar, y aunque no sea causal de nulidad de la elección, constituye un vicio moral de origen tal que ninguna elección con esas características puede resultar aceptable para un demócrata. La pregunta es ¿por qué el PRI no pudo recurrir a estas mismas prácticas, y alcanzar los mismos resultados, y engañar con la misma malicia a todos los mexicanos, en 2000 y en 2006? En las elecciones de 2000, como se sabe, Fox ganó por 6.4% y más de 2 millones de votos; en las de 2006, Calderón y AMLO le ganaron a Roberto Madrazo por un margen de 13% equivalente a más de 5 millones de votos. En ambos comicios el PRI controlaba las gubernaturas de los estados que controla ahora: Estado de México, Veracruz, Coahuila y Tamaulipas. Muchos de sus cuadros eran los mismos, empezando por supuesto por Enrique Peña Nieto, gobernador del Estado de México en funciones en 2006, y jefe verdadero del PRI en 2012. Los de 2000 no eran precisamente neófitos en estos menesteres: desde Esteban Moctezuma, jefe de campaña de Labastida, hasta el legendario "Meme" Garza González. Peor tantito: en 2000, el PRI contaba con el aparato del Estado federal, la Presidencia de la República, Sedesol y toda la burocracia gubernamental.Existen a primera vista sólo tres respuestas a estas preguntas: primero, la legislación electoral impedía en las dos primeras elecciones lo que permitió en la tercera; qué idiotas entonces los que cambiaron leyes que beneficiaban a los mismos que hoy resultaron perjudicados. Segunda opción, los del PRI de ahora son más listos y más cínicos que los de entonces; ¿no que son los mismos de siempre? Tercera posibilidad, los dirigentes de la izquierda de ahora son más ineptos o más ingenuos que los de entonces; pequeño problema, también son los mismos. Ojalá haya respuestas mínimamente coherentes para estas preguntas.