Una comisión bipartidista de legisladores norteamericanos anunció que había logrado un histórico acuerdo sobre inmigración: establecer un sendero legal que le permitiría a los 11 millones de ilegales que viven allá regularizar su estatus y vivir sin temor a la expulsión o peor. El instituto de investigación Pew Hispanic Center afirma que el 10 por ciento de la población de México reside en Estados Unidos y que de los 11 millones de ilegales el SESENTA POR CIENTO son MEXICANOS. De manera que no se requiere mucha ciencia para determinar que este tema es de suma importancia para nuestro México. Sin embargo, el Gobierno mexicano ha mantenido un SILENCIO ensordecedor desde que se conoció este histórico acuerdo. El Canciller "Johnny" Meade (el nuestro, conste) dijo algo así como que era un asunto interno y que México lo respetaría, pero fuera de eso ni el Presidente Peña Nieto ni nadie más ha dicho u opinado NADA al respecto. Esto, créanlo o no, amigos, ha causado extrañeza A LOS PROPIOS norteamericanos. El Christian Science Monitor, por ejemplo, publicó un artículo en el que preguntaba: "¿Qué hay detrás del silencio de México en el debate sobre inmigración?". Habrá quienes digan que tal silencio es una decisión política/diplomática muy inteligente del Gobierno mexicano: no polemizar entrometiéndose en un tema legal interno del vecino país. Pero, por otra parte, habrá quienes aseguren que es un ERROR no participar en el debate, ya que evitarlo resulta una indicación de que no entiende nuestro Gobierno cómo funciona el sistema político norteamericano. Ciertamente que en un asunto tan crucial y polémico el SILENCIO puede ser malinterpretado, y éste representa un riesgo mayor que el temor a "entrometerse", ya que, como afirma el catedrático Jesús Velasco, de Tarleton State University en Texas: "Es tonto (el no opinar), el sistema político norteamericano permite que los intereses de países extranjeros sean representados aquí". Como ejemplo, el Profr. Velasco cita el CABILDEO que realizó el Gobierno mexicano para lograr el TLCAN. Lo que tenemos aquí, entonces, amigos lectores, es la típica interrogante sobre las dos sopas: o es de frijol o es de habas. A lo que nos referimos es que el SILENCIO del Gobierno mexicano sobre este tópico puede ser: 1. Un golpe maestro de nuestra diplomacia que incrementa las posibilidades de lograr una legalización histórica que mucho nos beneficiará 2. O es un error garrafal al dejar sin campeón, defensor ni aliado y sin una sana presión a favor de su causa a nuestros connacionales. Sobre todo, que el acuerdo anunciado por el grupo de legisladores es una intención no detallada que promete discutir el tema y buscar un consenso que de ninguna manera está garantizado. Los cómos no han sido aún pactados, de manera que establecer una posición, un punto de referencia, podría ser útil para llegar a la meta: residencia o ciudadanía con plenos derechos para quienes hoy allá son tratados como apestados y, en algunos estados, son perseguidos. México, a través de su representación diplomática, podría plantear allá una posición apoyada en que se le reconozcan sus derechos humanos a los ilegales, es decir, abogar por el lado de los derechos universales, de las tradiciones y las prácticas de asimilación que forman los cimientos de la democracia norteamericana. Debatir y defender altos valores no es lo mismo que REÑIR y polemizar: México no necesita pisar esos terrenos bélicos. A este su escribano de banqueta le parece que es más sano plantear ante la opinión pública norteamericana una plataforma de IDEALES emanados de los derechos universales del hombre dentro de los cuales enmarcar el debate, apelando a la tradición PLURAL norteamericana. Esto es preferible a quedarse totalmente callados, marginados, lejanos, desinteresados, sobre un tema que NOS ES -y nos ha sido en el pasado- muy cercano e importante. Reconocemos que hay otras opiniones y posturas que no coinciden con la nuestra, pero bueno, ello indica que lejos de ser ÉSTE un tema para ignorar, es uno sobre el cual deberíamos DISCUTIR dentro y fuera de México. No vaya a ser, la Guadalupana no lo quiera, que el dorado silencio de nuestro Gobierno acabe siendo interpretado -aquí o allá- como la Diplomacia del Valemadrismo.