Cada muerto es una tragedia, cada desaparecido otra. La dimensión personal o familiar no tiene medida. Hay un antes y un después en la vida de quienes sufren un horror así. El término perdón no puede existir para ellos, el olvido no tiene lugar en esta discusión. Dónde está mi hijo, mi hermana, mi esposo, mi amigo, mi colega, lo que sea. Pasan las décadas y las víctimas directas o indirectas del Holocausto o de la persecución al pueblo armenio o de cualquier otro genocidio siguen su búsqueda. Lo mismo ocurre con las víctimas de la Guerra Civil de España, o con los descendientes de polacos perseguidos o con las madres de la Plaza de Mayo, hoy ya abuelas, ¿dónde están, qué fue de ellos? No se puede vivir sin una respuesta. El vacío es el infierno.Dos son las pulsiones irrefrenables, saber el destino del ser querido y encontrar a los responsables. La primera pulsión viene de la entraña, de la necesidad de tener una tumba y no una duda. La segunda pulsión pasa por la conciencia: estos horrores no pueden caer en el olvido, recibir el silencio como respuesta. A más de 60 años de terminada la Segunda Guerra la persecución de nazis continúa, lo mismo con el asesino de Víctor Jara, o con los generales argentinos o con cualquier Milosevic que ronde tranquilo. Pero si la tragedia personal no acepta medidas, ni en centímetros, metros, kilómetros, ni en kilos o toneladas, porque el sufrimiento humano es materia de emociones, de sentimientos y no hay báscula posible para ellos, en la dimensión social y política todos tenemos la obligación de dar la justa dimensión a las tragedias de un país.Elías Canetti encontró una forma de entrar al laberinto de la discusión. La masa de los vivos sólo puede dormir si está en paz con la masa de los muertos. Ambas viven y conviven. A finales de la década de los noventa el diario ruso Izvestia hizo un recuento del horror de las guerras en el siglo XX, 30 millones es el cálculo aproximado. En ese siglo se invirtió la proporción entre civiles y militares profesionales, a principios del siglo la gran mayoría de los muertos -la cifra alcanza el 90%- eran militares muertos por militares. Pero para final de siglo, debido al poderío y precisión de los armamentos, la gran mayoría de las víctimas eran civiles.La lista de horrores continúa, si 30 millones fue la factura de las guerras, el genocidio en todas sus vertientes fue responsable de 110 millones. Campeón de fondo Stalin con 43 millones durante su mandato. Lo sigue Mao Tse-Tung con 37.8, Hitler se ve pequeño con sus 21 millones. Campeón de velocidad es Pol Pot pues en 365 días eliminó al 8% de la población de su país, por cierto murió de viejo en una choza. La lista es larga, Cambodia, Corea del Norte, Yugoslavia, rondando los 2 millones; Rumania, 435 mil; Mozambique, alrededor de 200 mil. No todos los casos están documentados pero los esfuerzos continúan, por ejemplo en España el recuento de Amnistía Internacional de las víctimas del franquismo ha llegado a más de 114 mil. No es una ocupación impulsada por el morbo sino por el principio de que ningún ser humano puede morir o desaparecer frente al olvido de sus congéneres, es un principio mínimo de civilidad. Dar una dimensión numérica al horror es una obligación ética.En México no ha habido genocidio, eso es demagogia, pero sí ha tenido expedientes vergonzosos, la llamada Guerra Sucia y Tlatelolco, los más sonados. La CNDH documentó, en un Informe Especial sobre Desapariciones Forzadas de los años setenta y ochenta, 582 casos reclamados. De ellos la mayoría estaban en zonas rurales, en particular en Guerrero, 332. Las coordenadas geográficas y temporales son imprescindibles para establecer responsabilidades. Sobre Tlatelolco ha habido muchas especulaciones, Eduardo Valle documentó alrededor de 85 muertos en todo el año. De ahí la importancia de un manejo pulcro de las cifras de muertos y desapariciones durante la "guerra" del sexenio pasado que -en los hechos- continúa durante la actual administración. De ahí la importancia de una Ley de Víctimas viable, de ahí la importancia de documentar y transparentar un asunto tan delicado.Human Rights Watch ha hecho su trabajo, con pocos recursos, en poco tiempo y en pocas entidades, ha logrado documentar 249 desapariciones, la evidencia sugiere que al menos 140 fueron forzadas. La responsabilidad está dispersa en los múltiples cuerpos de seguridad y en ocasiones en conjunción con el crimen organizado. El informe se basa en los casos plenamente documentados, pero la organización asevera que hay miles más, sólo en Coahuila las autoridades reconocieron 1,835 desapariciones. Es la punta de iceberg. Para México las lecciones son muy claras, en la gran mayoría de los casos no hubo investigaciones o éstas fueron pifias. Por eso es imposible ahora establecer con claridad responsabilidades. La discusión apenas inicia. Los muertos y desaparecidos no pararán de un día para otro. Lo que sí puede cambiar es la forma de encarar los hechos.