Desde 2001, en Estados Unidos todo intento de modificación del esquema migratorio reviste tres características: la legalización del universo indocumentado; la regulación de flujos migratorios futuros, y el supuesto aseguramiento de la frontera. A partir de 2007, los gobiernos de México decidieron no involucrarse en el debate que se diera en EU en estos tres capítulos, a pesar de ser obviamente un actor principalísimo en los tres. Sobra repetir que más de la mitad de la población sin papeles en EU es mexicana; que más de la mitad de los flujos actuales y futuros son y serán mexicanos, y que la frontera es también nuestra. Siempre estuve en desacuerdo con esta opinión sobre los dos primeros puntos, pero entiendo la lógica de prudencia, temor o reflejo antiintervencionista trasnochado para adoptarla. La postura a propósito del tercer punto ya no es un asunto de opinión sino de hechos. Así como en 2006 Bush, con los senadores McCain y Kennedy, lanzó el anzuelo de la construcción de los primeros 480 km de barda, muro o cerca para obtener los votos conservadores tanto en el Senado como en la Cámara Baja para aprobar la reforma migratoria integral de entonces, hoy "La banda de los 8", con el consentimiento tácito de Obama, ha aprobado la enmienda Corker-Hoeven de sellamiento de la frontera. En 2006, México fue todavía muy explícito y vigoroso en la denuncia de la cerca, aunque no planteó claramente un quid pro quo: ¿cerca a cambio de qué? Nos quedamos como el perro del hortelano en peor: con la cerca y sin la reforma. Ahora corremos el riesgo de quedarnos con el sellamiento y sin la reforma, o con una reforma incompleta y el sellamiento. Por eso he insistido, con muchos otros, y en particular mis tocayos Bustamante y Ramos, que México no debe aceptar el alegato de que la política migratoria de EU es un asunto interno. Es triplemente falsa la tesis. En primer lugar, porque no ha sido así en la historia de EU, en vista de tres ejemplos conocidos: el Gentlemen’s Agreement con Japón en 1907, el Acuerdo Bracero con México entre 1942 y 1964, y el acuerdo con Cuba de 1965 a la fecha. En segundo lugar, porque es éticamente inaceptable. México no puede hacerse de la vista gorda sobre las deportaciones masivas de mexicanos, el daño a comunidades y al medio ambiente que implica la barda, y al despilfarro de 46 mmd que podrían ser utilizados para mejorar la infraestructura fronteriza. En tercer lugar, no podemos abstenernos del debate porque no tenemos la certeza de que una decisión del Congreso de EU no entrañe consecuencias graves para México, como es el caso de la enmienda Corker-Hoeven. No sé, porque el gobierno de EPN no informa al respecto, ni cómo ni cuándo le avisó a EU que estas medidas eran hostiles, contraproducentes y contrarias al tipo de relación que en otros temas tanto México como EU quieren tener. No sé si lo países centroamericanos nos han dicho que alcemos la voz para evitar el sellamiento, creando un problema entre El Salvador, Honduras, Guatemala por una parte y México por la otra: los centroamericanos que se topen con el muro en la nuestra con EU no van a regresar a sus países, ni cruzarán fácilmente a EU. Permanecerán en México. Y no sé si los senadores demócratas o republicanos amigos de México saben, de viva voz del gobierno de México, que de la misma manera que ellos tienen un problema político en EU con su ultraderecha, cualquier gobierno de México enfrenta un problema político dentro con amplios sectores de opinión que consideran que el sellamiento es un acto inamistoso. Y que sólo puede resultar aceptable si en esa barda se colocan una gran cantidad de puertas, se nos entregan muchas llaves para abrirlas, se ponen timbres, y cuando toquemos y abramos se nos dé la bienvenida. En otras palabras, que a cambio del muro se dispare el número de visas para trabajadores temporales mexicanos. No sé si el equipo de EPN le ha dicho a los norteamericanos que la única manera de detener la inmigración ilegal a EU es legalizándola.