No me da buena espina lo que sucede en el Congreso en torno a las llamadas reformas político-electoral y energética, pero supongo que conviene esperar hasta el desenlace para pronunciarse sobre el contenido, y no el mero enunciado, de dichos cambios legislativos. Me sigue persiguiendo el leve temor de que en estos dos casos sucederá lo mismo que con otros en este sexenio: el gobierno ha adquirido la insólita habilidad de transformar buenas ideas y buenas intenciones en malos resultados. Pero aguardemos.Lo que sí conocemos ya es el resultado de las encuestas al año de haber tomado posesión Enrique Peña Nieto. Además de la de esta casa, se pueden consultar la de Ulises Beltrán, en Excélsior; la de Francisco Abundis y Parametría; la de Jorge Buendía, en El Universal, y algunas otras de radio o privadas. Todas reflejan la misma tendencia, con campos de variación mayores o menores según la ficha técnica de cada sondeo. Los números son malos y deben ser preocupantes. La aprobación y calificación del Presidente y del gobierno han caído entre una cuarta y quinta parte; la evaluación del desempeño gubernamental en temas específicos también, y los augurios negativos para el futuro se han elevado.La razón inmediata de estas pésimas cifras es obviamente el estado que guarda la economía mexicana. La gente le da más importancia a los problemas económicos que a los de la violencia o la inseguridad, a diferencia del sexenio anterior, salvo en el 2009. Ninguno de los acontecimientos del año transcurrido sirven para contrarrestar esta preocupación: ni la detención de Elba Esther Gordillo, ni el Pacto por México, ni las reformas, y en todo caso la llamada reforma hacendaria sólo ha agravado las cosas. Hasta aquí no hay mucho nuevo que decir ni que analizar; un mal año económico genera malos resultados en las encuestas, y punto final. En cambio, las cosas se complican cuando se trata de avanzar un poco más.Conviene recordar que el mediocre desempeño de la economía, si bien se ha manifestado a lo largo de todo el año, empezó a percibirse con claridad apenas al terminar el primer semestre. Los números de Peña Nieto nunca fueron demasiado buenos: pasó del 38% en la elección presidencial a ligeramente más del 50% días después de la toma de posesión, para estabilizarse en esos niveles hasta que comienza su desplome entre agosto y noviembre. Nunca alcanzó los niveles de Vicente Fox o de Felipe Calderón al arranque de su mandato. Aquí puede hallarse el secreto de su desventura demoscópica.Desde 1997, el PRI en México tiene un piso electoral -el 25% de Madrazo en 2006- y un techo: entre 40% y 43%, sin el Partido Verde y otros aliados en un par de elecciones de medio periodo. Con su buen comienzo y el optimismo inmortal del mexicano, EPN logró incluso superar esos niveles en las encuestas, aunque por poco y durante poco tiempo. Rápidamente volvió al nivel de confort del PRI, o un poco arriba de ello, en alrededor de 45%. Algunos pueden creer que, para romper ese techo, el PRI tiene que hacer bien las cosas. Yo creo que, para superar ese umbral, el PRI tiene que hacerle olvidar a la gente que es el PRI.A pesar de los aplausos que en algunos sectores le ha traído a EPN el volver al solemne ritual priista/presidencialista, mi impresión es que eso sólo complace al entre 40% y 45% que no aborrece al "partidazo". A todos los demás, el rito PRI les recuerda… al PRI, es decir, fortalece la sensación de que volvieron los de siempre. Los de ahora actúan, por lo menos en las formas, que según ellos son esenciales, como los de antes. Si esto es así, a mayor comportamiento priista, a mayor ritual solemne, a mayor reverencia por la investidura y los peculiares y anacrónicos estilos de gobernar de un partido del siglo pasado, mayor rigidez del techo y menores probabilidades de corregir esta situación.