Marcelo Ebrard ha denunciado en varias ocasiones la persecución política de la que se considera víctima. Lo hizo a propósito de las dos prohibiciones impuestas a su candidatura a diputado por Movimiento Ciudadano, del acoso fiscal al que han sido sometidos sus ex esposas, sus hermanos y los socios de éstos, y sus antiguos colaboradores en el GDF. Aunque, según sus abogados, hoy no existe ninguna averiguación previa abierta en su contra, las descripciones publicadas principalmente en Reforma sobre la forma en que han sido interrogadas y tratadas por la PGR y la PGJDF las personas ya mencionadas, sugieren lo peor: un claro caso de persecución política. Al alimón: del gobierno federal y del Distrito Federal. Por razones en buena medida personales.
En el caso de la Presidencia, no hay cena, comida o desayuno donde no se afirme que el presidente Peña Nieto le atribuye a Ebrard la filtración sobre la casa de su esposa, denunciada por Carmen Aristegui el año pasado. Huelga decir que no tengo la menor idea si es cierto que eso piensa EPN, ni mucho menos si eso hizo Ebrard. Pero tanta saña federal en su contra podría explicarse de esa manera.
También se repite ad náuseam que Miguel Ángel Mancera no le perdona dos pecados a Ebrard: apoyar a otro candidato para sucederlo, y haber tratado de cercarlo o dominarlo cuando Mancera se le impuso. De nuevo, imposible saber si es cierto, pero no carece de sentido la sospecha.
Como Ebrard conserva a algunos —pocos— amigos, de vez en cuando alguien fuera de su círculo de aliados lo defiende; nadie más. Quizás esto sirva de escarmiento a los defensores activos —o pasivos por calladitos— de la justicia política en México. Gastón Azcárraga vive en Nueva York —sin tobillera electrónica y pudiendo desplazarse por todo el país, pero sin salir de EU, ni volver a México, para ver más que ocasionalmente a sus hijos—. Elba Esther Gordillo languidece en el Hospital para Reos del Sur del GDF, mejor quizás que Santa Martha, peor que en su casa. Ebrard pasará el resto del sexenio en Francia. Los casos jurídicos contra los tres son patéticos; los políticos, inmejorables.
Quizá Ebrard debió haber pensado en eso al guardar silencio cuando detuvieron a Elba, y cuando decidió no visitarla una sola vez en la cárcel. O tal vez no debe preocuparse: va a ser más agradable visitarlo a él en París, que a ella en Tepepan.
Nota: El autor entregó este artículo antes de tomar un vuelo transatlántico y ya no pudo enviar su colaboración sobre la fuga de El Chapo Guzmán.