La sucesión presidencial es el rito priista por excelencia. Quienes participan en él, ya sea como aspirantes, ya sea como factótum, se vanaglorian con algo de razón de esta única contribución mexicana a la ciencia política universal. Hasta el año 2000, en el momento en que escogía, solo y sin restricciones mayores, al ganador entre los jugadores, el mandatario saliente alcanzaba la cúspide de su gloria. Nada añoran los priistas como la época de oro del dedazo, aunque ya solo sea para contender, sin la certeza de vencer.
En La Herencia, traté de establecer una simple —para algunos, simplista— taxonomía de las sucesiones entre 1964 y 1994: por descarte o por designio. Echeverría, De la Madrid y Zedillo fueron por descarte; Díaz Ordaz, López Portillo, Salinas y Colosio por designio. En 2000, Labastida lo fue por descarte, después de los candados impuestos a Zedillo por la rebelión priista; en 2006 y 2012, no habiendo presidente priista, no hubo sucesión como Dios manda; en 2018, sí. Peña Nieto puede optar por cualquiera de las dos vías mencionadas.
Algunos comentócratas piensan que al incluir a Meade, Nuño y hasta Calzada en la baraja ya escogió el camino del descarte: el candidato del PRI será el que sobreviva, el que haga mejor las cosas —incluyendo mostrar la mayor lealtad—, el que las circunstancias aconsejen y, en la nueva era, pos-2000, el que posea las mayores posibilidades de ganar la elección. Discrepo de esta interpretación.
Creo que EPN va a seguir la ruta de su héroe y modelo, Adolfo López Mateos, quien nunca tuvo más candidato que Díaz Ordaz: ni Benito Coquet, ni Ortiz Mena, ni Donato Miranda, aunque éstos, y algunos más, sirvieron para despistar. Peña ha tenido siempre, tiene hoy, y tendrá mañana, un único candidato, por cuya sobrevivencia está dispuesto a pagar el precio que sea; todo lo demás es littérature, diría Borges. Los cambios de gabinete, la cargada con Beltrones, las pasarelas y los pastoreos son cortinas de humo. Si no se acaba el mundo, a pesar del pésimo desempeño de la economía, de las previsiones equivocadas, de las medias verdades sobre la incidencia relativa del factor interno y externo en el aletargamiento económico, de la depreciación del peso y de la apreciación de la casa de Malinalco y de sus obras de arte, el candidato de EPN será Videgaray. Si le atino, se lo recordaré a los lectores; si me equivoco, espero que no se acuerden.