La discusión por el proyecto de sentencia de Arturo Zaldívar en la SCJN sobre la legalización de los clubes de cannabis ha puesto de relieve lo mejor y lo peor de la sociedad política mexicana. Magnificó lo que se había entrevisto hace tres años, cuando algunos ex secretarios de Estado de gobiernos pasados, junto con escritores y activistas de hoy, promovimos iniciativas a favor de la legalización de la mariguana, y cuando legisladores del PRD de entonces, como Mario Delgado, Fernando Belaunzarán y Vidal Llerenas, procuraron avanzar en la materia en el DF, así como lo ha hecho Graco Ramírez en Morelos.
Lo mejor: personalidades de historia política y cultural conservadora dan un paso monumental, para ellas: avalar la legalización de una sustancia satanizada por las clases bien pensantes de una sociedad clasista y en ocasiones racista, y por un pueblo aterrado por las mentiras de gobiernos volcados a una guerra sin fin. Lo peor: el panaceismo de unos, y la proclividad de la clase política y la comentocracia mexicanas de hacerse pendejas. Hablé de los panaceos en una entrega anterior, y Aguilar Camín profundizó en el tema con más humor y perspicacia que yo. Ahora toca el segundo vicio.
Me refiero a la repetición de la falsa salida de la apertura al debate. Para evitar cualquier toma de posición, unos y otros recurren ad nauseam al recurso del debate en abstracto: que se discuta. Tesis esquiva, medio cobarde y poco productiva, por tres razones.
1) No está en sus manos decidir si el debate se abre o no. Está abierto, lo quieran o no. En la ALDF, en tribunales, en columnas. Se da también en universidades, en cenas, en capitales de la República. Quien desee enterarse de opiniones de comentaristas o de puntos de vista eruditos de científicos, lo puede hacer fácilmente.
2) Está abierto en el mundo: en Holanda y Portugal, en Uruguay y Colorado, en la ONU y en la OEA, en CNN y en las revistas científicas como Lancet. La insularidad mexicana no obliga al mundo a compartirla: la indigencia de los argumentos contrarios a la legalización en México sorprende por el desfase entre la sofisticación y liberalidad de la sociedad capitalina, y el anacronismo de los “antimariguanos” vergonzantes.
3) Llamar al debate sin tomar partido equivale a sacarle el bulto al tema. Es una forma típicamente mexicana de abstenerse de adoptar una posición —por miedo o convicción— sin oponerse a una tendencia ya irreversible en el camino a la modernidad. Las definiciones tajantes —y aberrantes— de AMLO y de El Bronco encierran la virtud de la claridad. Las abdicaciones de tantos otros reflejan el instinto conservador hasta de cuatro generaciones de políticos mexicanos.