En tres semanas comenzará la Asamblea de la ONU sobre drogas. Nadie espera nada, salvo quizás la aceptación tácita de que las convenciones internacionales sobre estupefacientes se interpreten como a cada país le parezca. Pero tal vez el acontecimiento más trascendente de la Ungass ya tuvo lugar: la confesión póstuma del funcionario más poderoso, del país más poderoso, en el momento más crítico del inicio de la guerra contra las drogas.
La semana pasada, la revista Harper’s, propiedad de mi amigo y benefactor Rick MacArthur, publicó un artículo del periodista Dan Baum, que en 1994 entrevistó a John Ehrlichman, número dos de la Casa Blanca con Richard Nixon hasta que renunciara por el Watergate y cumpliera dos años de prisión. Baum no divulgó esta parte de la entrevista, y algunos funcionarios menores de la Casa Blanca lo desmintieron. Pero la magnitud de la revelación y su concordancia con todo lo que se dijo entonces —por el sector Hip-Hop, por el movimiento antiguerra, por críticos del combate antinarco— y más tarde por turcos, franceses, colombianos, mexicanos (incluyendo el que esto escribe, desde 1989, con Robert Pastor), es demasiado pertinente para no citar in extenso la confesión de Ehrlichman.
Dice Baum: “En aquella época escribía un libro sobre la política prohibicionista contra las drogas. Empecé por formularle a Ehrlichman una serie de preguntas sinceras, complejas y sustantivas que con impaciencia despreció. ‘¿Quieres saber realmente de qué se trataba?’, preguntó con la rudeza de un hombre que después del escarnio público y un buen rato de cárcel federal tenía poco que esconder. ‘La campaña de Nixon en 1968 y su Casa Blanca, después, tuvieron dos enemigos: la izquierda contraria a la guerra (de Vietnam) y los negros. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo? Sabíamos que no podíamos volver ilegal estar contra la guerra o ser negro, pero al lograr que la gente asociara a los hippies con la mariguana y a los negros con la heroína, y luego penalizar severamente ambas sustancias, podíamos pegarles a las dos comunidades. Podíamos detener a sus dirigentes, efectuar redadas en sus hogares, interrumpir sus reuniones e infamarlos noche tras noche en los noticieros. ¿Sabíamos que mentíamos sobre las drogas? Por supuesto que sí.’”
Nixon creó la DEA en 1973. Poco después, su primer director viajó a México para entrevistarse con el presidente Echeverría, con el procurador Ojeda Paullada, y con las autoridades militares. Allí comenzó la guerra fallida, con la Operación Cóndor en Sinaloa, bajo el general Reta Trigo. Si a Peña Nieto le interesara esta historia, ahora que lleva 15 meses con los homicidios dolosos al alza, debiera conversar con mi amigo y colega Alejandro Gertz, present at the creation.