Las dos rectificaciones del Ejecutivo en estos días son bienvenidas: ir a la ONU, y pedir perdón por la tortura filmada en el ya famoso video de Guerrero. Aunque algunos se confundan y afirmen que México convocó a la Asamblea Especial de la ONU sobre Drogas —solo pedimos, con Colombia y Guatemala, que se adelantara la fecha— y otros piensan que con la disculpa del secretario de la Defensa y el juicio y castigo a los torturadores militares y de la PF todo se arregla, las dos retracciones son importantes.
Por desgracia, parece ser que el gobierno de EPN ya asumió como standard operating procedure la corrección del error sin dar explicación alguna de por qué se cometió. Probablemente porque no la tiene. Carece de ella porque no la busca, no se preocupa por ella, porque prefiere el silencio. Al no discutir con la sociedad, no reflexiona consigo mismo, y no entiende por qué se equivoca.
La discusión sobre si la tortura en México es una práctica generalizada, un modus operandi típico y constante, o un recurso aislado, esporádico y perteneciente al pasado, es algo ociosa. Pocos casos, suponiendo que eso fueran, son demasiados. El problema es que si se le pide a cualquier ejército que realice trabajo policiaco, va a torturar: el de Francia en Argelia, el de Inglaterra en Irlanda del Norte, el de Chile en los barrios de Santiago, e incluso en faenas militares, al de EU en Vietnam e Iraq. Si se le pide lo mismo a un ejército como el nuestro, que en el momento de lanzarlo al vacío, carecía por completo de la preparación, el presupuesto y la experiencia para la guerra de Calderón, esto es lo que va a suceder.
La tragedia del Ejército mexicano es que en esta guerra, con estos recursos, esas prácticas no solo serán recurrentes y numerosas, sino casi inevitables. La única manera de evitar esta neblina de la guerra, es cancelando la guerra. La única manera de acabar con la guerra es devolviendo al Ejército a los cuarteles, dejar el combate contra el crimen organizado distinto al narco en manos de las policías, y el combate al narco a los norteamericanos en EU, y construir una policía funcional con el Ejército ya fuera del terreno de fuego y de juego.
El costo de corto plazo es elevado, pero el corto plazo se acaba. Si lo hubiéramos hecho en 2000, 2006 y 2012, ya habríamos pagado ese costo y ya se habría acabado ese corto plazo.
Vienen golpes muy duros, desde dentro y desde fuera, a la guerra fallida contra el narco. Nuestros militares deben entender que mientras haya guerra, habrá tortura, ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas y crímenes cometidos por otros y adjudicados a ellos. Es inevitable. O mejor dicho: para evitarlo, hay que evitar la guerra.