La reforma electoral de 2007, que algunos defienden con algo de convicción y mucho veneno personal, y la de 2013 y 2014, que otros segundan con menos entusiasmo, adolecieron de un gran defecto. Dejaron de lado la segunda vuelta en la elección presidencial. Hoy se abre una rendija para introducir este cambio fundamental.
Desde el sexenio de Fox, por mi querencia francófila, defendí esta idea, prácticamente generalizada en los regímenes presidenciales de América Latina, Europa y Asia. En seis libros, desde 2004 —Somos muchos, ¿Y México por qué no?, Un futuro para México, Regreso al futuro, Una agenda para México y Sólo Así— y en compañía de Manuel Rodríguez Woog o de Aguilar Camín, he sostenido que la segunda vuelta encierra muchas virtudes conocidas: asegura un mandato de gobierno de por lo menos 50% más uno de los votos; obliga a negociaciones transparentes y explícitas entre primera y segunda vuelta; le permite al votante sufragar como quiera por sus preferencias puras en la primera vuelta, y lo obliga a recurrir al voto útil, en la segunda, y permite plantear las diferencias entre las opciones de manera más tajante.
No encierra ninguna desventaja salvo para los “panaceos”. Para ellos, al no garantizar una mayoría parlamentaria, al no garantizar per se la “gobernabilidad”, al no reducir la pobreza o abatir la violencia y al no traer paraísos terrenales, no debe hacerse. Esta postura empieza a superarse en México. Algunos de estos retos no pueden ser enfrentados por la segunda vuelta. Otros sí, gracias a reformas complementarias, por ejemplo en la fecha o la manera de elegir al Congreso.
Hay quienes dicen que la segunda vuelta, bête noire por excelencia para el PRI hasta ahora, empieza a resurgir como posibilidad de negociación entre PAN, PRI y PRD. Saben que no pueden reformar las reglas de comunicación política de la reforma de 2007 si solo buscan quitarle los millones de spots a AMLO. Saben también que debieran facilitar el acceso a la boleta presidencial de las candidaturas independientes, pero no pueden hacer una reforma solo para eso. PAN y PRD entienden bien que la segunda vuelta los favorece a ellos y al país. EPN hasta hoy no lo ha aceptado, pero podría hacerlo.
Las ventajas para 2018 son obvias. Permitiría la presencia en la boleta de la primera vuelta de varias opciones: PRI, PAN, PRD, independientes y Morena. Aseguraría que los ciudadanos votemos por la que más nos gusta, no contra la que más nos disgusta. Así veríamos el pluralismo del país y las distintas preferencias “libres” de los votantes. Y en la segunda vuelta, polarizaría la elección, ya sea entre la partidocracia y un independiente (en mi opinión la verdadera fractura en México) o entre el cambio radical anti-sistémico y la perpetuación del statu quo representada por los candidatos de PRI, PAN y PRD —una disyuntiva para pegarse un balazo.
En ambos casos, crecerían las posibilidades de que las buenas reformas de Peña y su propio pellejo se salvaran con la segunda vuelta. Sin ella, quién sabe.
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Los priístas y demás políticos de oposición que se enriquecen con la política saben que la segunda vuelta les quitaría miles de millones de pesos de las manos. El día que se resignen a perder los susodichos millones o encuentren otra forma de seguírselos embolsando, ese día aceptarán la segunda vuelta.
Y al peje tampoco le conviene la segunda vuelta; si no gana en la primera, menos en la segunda.