Jorge Castañeda
El clamor contra el error de Peña Nieto y Videgaray de invitar a Donald Trump es ensordecedor. En la debacle hay enseñanzas que no debemos escamotear. Veo dos.
La reacción nacionalista contra el comportamiento de EPN ha sido sana y sensata. Provino del rechazo generalizado a un personaje odioso de la política norteamericana, y a la sensación que el Presidente mexicano no respondió a sus ofensas.
Pero esa conjunción puede tornarse perniciosa para México si pasa del nacionalismo espontáneo al antiamericanismo primario. Además de ser demasiado importante para dejarla en manos de improvisados y neófitos, la relación con EU no puede ser manejada de manera adecuada si la opinión pública y publicada se exacerban.
Con una sociedad mexicana figurativamente alzada en armas contra EU se vuelve casi imposible el manejo de la relación. Lo veremos si viene Clinton a México; yo prefiero que no venga, rescatando a EPN como al soldado Ryan. Pero si en efecto viene, ojalá podamos recibirla con los brazos abiertos, sin regateos.
La segunda lección tiene que ver con la anacrónica tesis de la no intervención. El hecho de que EPN y su equipo hayan decidido tarde y mal hacer política en la campaña estadunidense, y les haya salido el tiro por la culata, no significa que no había que hacerlo.
Pareciera que Videgaray se dio cuenta apenas este verano de que Trump era el candidato, que podía ganar, y que constituía una amenaza para México. De haber hecho las cosas con claridad desde el año pasado, hubieran podido decir: “Los votantes de EU elegirán a quien quieran, pero el gobierno de México tiene la obligación de decirles que si los pronunciamientos de Trump se convierten en políticas concretas, dañarán seriamente la relación con México”.
Las tesis de AMLO de no abrir la boca para evitar que la abran ellos son absurdas y contraproducentes. Lo peor que nos podría suceder es que por culpa de los errores de EPN, nos volviéramos pejistas en materia internacional.