Jorge Castañeda
Los cambios hechos en el gabinete son solo enroques. Sabemos que EPN no puede ampliar su círculo de colaboradores, ya sea por inseguridad, por complicidad o por mediocridad. Obviamente el impacto mediático y en la opinión pública será mínimo. Sin embargo, la importancia política de los cambios no puede ser menospreciada.
De un golpe Peña elimina, sin duda involuntariamente, a dos de sus cartas para ser candidatos del PRI a la Presidencia. Videgaray, por obvias razones, se va a su casa o al BID o al Estado de México, pero no a la candidatura del PRI. Y Meade queda fuera de la jugada también, ya que sería inconcebible que Peña cometiera el mismo error dos veces: poner a contender al secretario de Hacienda y que se dedique a las finanzas y a la economía de medio tiempo. Esto mismo deja a Osorio en una posición prácticamente invencible o, en todo caso, siendo uno de candidato y medio que le queden a Peña. El medio es Nuño, que por razones ajenas a su talento simplemente no está en condiciones ya de contender.
Pero lo significativo y más peligroso de este movimiento es que no renunció el secretario de Hacienda, sino el encargado de la gestión cotidiana de este gobierno. Llámenle piloto, vicepresidente, virrey, o primer ministro, Videgaray era el que llevaba lo que los franceses llaman la gestión corriente de los asuntos de Estado. Peña se queda sin nadie que le ayude a gobernar en el día a día, ya que obviamente Osorio no está en situación de hacerlo.
Cuando Peña perdió a Nuño en la oficina de la Presidencia, disminuyó enormemente la eficiencia del gobierno. Sin Videgaray no sé muy bien cómo le hará. Me recuerda, guardando las proporciones, lo que le sucedió a Carlos Salinas cuando en abril de 1994 se vio obligado a deshacerse de José Córdoba. La diferencia es que a Salinas le quedaban ocho meses de gobierno y a Peña casi dos años y medio.