Jorge Castañeda
Mucho se ha dicho sobre la importancia para México de las próximas elecciones de Estados Unidos. Por Trump, por lo que ha hecho y dicho, por lo que no ha hecho el gobierno mexicano al respecto. Pero hasta cierto punto, la elección presidencial no es lo más importante.
El 8 de noviembre, además de elegir a un presidente, en cinco estados de la unión americana, incluyendo dos que son fronterizos con México
–California y Arizona– los votantes resolverán si desean legalizar el uso recreativo de la mariguana: su producción, su consumo, su transporte, su venta. Las encuestas aseguran que por lo pronto en California se pronunciarán a favor, y en varios estados más (Massachusetts, Maine y Nevada), tal vez sucederá lo mismo. Así, más de la cuarta parte de la población de Estados Unidos vivirá a partir del año entrante bajo un régimen de plena legalización de la mariguana para fines recreativos. Recordemos que en 25 estados se ha legalizado el uso terapéutico.
¿Qué debe hacer México? He aquí una propuesta. A partir del día primero del año entrante, sigamos en México una política del guiño: que el gobierno federal ya no queme un solo sembradío de mariguana en territorio mexicano, que no detenga un solo tráiler cargado de mariguana encaminado a Estados Unidos, que no cierre un solo narcotúnel –de esos que le gustan al Chapo Guzmán– en la frontera norte.
Si no podemos legalizar la cannabis plenamente en México porque no existen las condiciones políticas, culturales o burocráticas, o porque el gobierno de Enrique Peña Nieto es ya un gobierno paralizado, sí podemos poner en práctica esta política del guiño. Es la misma que ha seguido el gobierno norteamericano y el presidente Barack Obama hacia las entidades federativas estadounidenses que han legalizado la mariguana. No aplica la legislación federal vigente en esos estados, aunque contradice las leyes locales.
Esto nos permitiría vivir en lo mejor de ambos mundos. Ya no desperdiciaríamos vidas mexicanas y recursos mexicanos en una lucha sangrienta, estéril y contraproducente, pero sobre todo que va en un sentido opuesto al de nuestro vecino y del mercado más grande de drogas, en general, y de mariguana, en particular, del mundo. Pero tampoco pagaríamos el costo, tanto en lo interno como en lo internacional, de una legalización formal, deseable en mi opinión, pero inviable, parece, a corto plazo. Será en el siguiente sexenio.
Nadie negaría que una iniciativa de esta naturaleza entrañaría problemas: cómo distinguir entre un tráiler con mariguana y uno cargado de heroína o cocaína; cómo reaccionaría Washington; cómo contener los efectos de una política explícita de ‘hacerse de la vista gorda’ sobre la cultura de la ilegalidad en México; a qué se dedicarán los narcos que no resulten ser competitivos en materia de mariguana de exportación.
La pregunta es si estas dificultades inocultables son menores o mayores que el costo de insistir en el combate a la mariguana, cuando del otro lado de la frontera, a cien metros de distancia de Tijuana, es completamente legal.