Jorge Castañeda
Es evidente que las elecciones en Estados Unidos surtirán algún efecto en las de México en 2018. Por el momento sólo existen reacciones de bote pronto, más o menos fundadas. Por ejemplo: que la derrota de Hillary Clinton debilita a Margarita Zavala Calderón, no sólo porque el pase de la batuta matrimonial no es bien visto en ninguna parte, sino también porque el electorado mexicano –por buenas y malas razones– tal vez no la vea con las dimensiones necesarias para enfrentar a Trump. Por ejemplo: si cualquier candidato de Peña Nieto y del PRI estaba condenado a perder, el magro crecimiento económico del próximo año y de la primera mitad de 2018 lo golpeará más todavía. Por ejemplo: la extensión a EU de la ola antiglobalizadora, antisistémica, anticlase política tradicional, puede contagiar a México, y favorecer a AMLO. No porque él represente una opción antisistémica –no hay nadie que pertenezca más a la partidocracia mexicana de nuestro sistema político que él– sino porque la gente así lo considera.
Lo más interesante, sin embargo, yace en un posible cambio de las actitudes y preocupaciones de los votantes en México. El electorado mexicano nunca se había interesado realmente en asuntos de política exterior… hasta ahora. Las glorias y desventuras de las relaciones internacionales de México eran un asunto de élites, y más bien incluso de especialistas. Caracterizar el exterior como un espacio de oportunidades o una palanca de desarrollo, nunca atrajo mayormente la atención del ciudadano de a pie. Pero si éste último percibe al exterior como una amenaza, real o en potencia, la actitud evidentemente cambiaría.
Dependiendo de la coyuntura y del país, docenas de líderes han basado exitosamente sus campañas y sus gobiernos en consideraciones geopolíticas y de política exterior. Nunca había sido el caso en México. Ahora podría ser diferente porque el electorado puede ver en esta coyuntura, de manera directa y tangible, el impacto que la política exterior tendrá en política interna e intuye, quizás por primera vez, que su empleo, su vida cotidiana, su ingreso, su seguridad, dependen en una gran medida de lo que sucede en EU, y de cómo el gobierno de México se conduzca frente a los retos que de allí emanan.
De todos los pre-pre-pre candidatos mencionados hoy en las encuestas, sólo dos encierran la más mínima experiencia internacional y de estudio o trato directo con Estados Unidos y su gobierno: José Antonio Meade y un servidor. Lo demás es Cuauti-tlán. Desde el sexenio de Salinas, el país se ha abierto cada vez más al mundo y se ha vuelto cada vez más sensible al exterior. Al mismo tiempo, cada presidente ha tenido menos “mundo” (o ha sido más aldeano) que su predecesor. Si el o la siguiente son los que están en la palestra se acentuará la tendencia. Antes no importaba. Hoy sí.
Un poco como en EU, los mexicanos estamos enojados y ahora también asustados. México necesita liderazgo para la era de Trump (que puede durar hasta 2024). En esta coyuntura, dicho liderazgo, antes que prometer otra cosa, debe poder defender a los mexicanos de las amenazas del exterior, con algo más que la repetición fatigosa de lugares comunes o abstracciones.