Jorge Castañeda
La gran mayoría de los obituarios de Fidel Castro fueron escritos hace diez años, y no hay mucho que agregar a los juicios ya formulados. Fue un personaje central de la historia latinoamericana del siglo XX, y un referente para la izquierda mundial hasta la caída del socialismo en 1989. Dejó un legado desastroso en su país, tanto económico (estancamiento perpetuo), político (una dictadura dinástica), social (la prostitución como modo de vida para muchas, y el desempleo mal pagado para todos), e internacional (pasar de la tutela de EU a la dependencia completa ante la URSS, para acabar en los brazos de Nicolás Maduro). Unos le endilgan la culpa de estos males al bloqueo y al imperialismo, otros a la megalomanía castrista; unos dicen que ese fue el precio a pagar por la “dignidad”, la educación y la salud; otros, que el pueblo cubano nunca fue consultado sobre su disposición a asumir ese costo, y que los presuntos logros educativos y de salud no resistirán la prueba de una evaluación externa. Cada quien sus cubas.
Por eso resulta más interesante reflexionar sobre las reflexiones poscastristas de algunos actores políticos, sobre todo aquellos que se descuidaron, por un motivo u otro –prisas, cansancio, indiferencia–. Andrés Manuel López Obrador siempre ha procurado disimular su castrofilia. En 2006 y 2012, respondía a las preguntas sobre su afinidad con Chávez y Castro, que no los conocía. Quienes sí conocíamos a AMLO, sabíamos que consideraba a Fidel Castro el líder latinoamericano más admirable del siglo XX; así se lo confesó a García Márquez en casa de un amigo común ya fenecido. Pero ahora se deschongó.
La revista Proceso publicó el sábado una nota con sus declaraciones en Colima sobre Fidel Castro. La reproduzco tal cual: “Nosotros sí reconocemos a quienes luchan por la dignidad y la independencia de los pueblos; para nosotros el comandante Fidel Castro es un luchador social y político de grandes dimensiones, porque supo conducir a su pueblo y alcanzar la auténtica, la verdadera independencia”. Externó su reconocimiento a Fidel Castro, a quien caracterizó como “un gigante” que “está a la altura de Nelson Mandela”. En el caso de Cuba, el dirigente nacional de Morena recalcó que a pesar de todas las adversidades, “se mantuvo hasta ahora, después de décadas, como una nación libre, independiente y soberana”.
Primer punto: AMLO considera a Castro como el equivalente de Mandela: personaje y un demócrata, admirable universalmente. El término “gigante” no es neutro o dimensional: es de admiración.
Segundo punto: Cuba, según AMLO, es y ha sido desde 1959, un país libre, independiente y soberano. En otras palabras, la subordinación completa ante la URSS, y la dependencia total frente a Chávez y Maduro no amenazan la soberanía isleña; sólo la pone en peligro la relación con EU. En cuanto a “libre”, lo importante es que Washington no mande. Deja de importar si hay libertades en Cuba: individuales, de prensa, sindicales, electorales, etc. ¿AMLO considera que Cuba es un país libre en ese sentido?
Castro es un político de “grandes dimensiones”: normalmente los seres humanos buscamos emular a las personas imbuidas de grandeza. O sea, AMLO quisiera emular a Castro: ser como él. Y lo admira –se entiende– porque “supo conducir a su pueblo”. Esa sabiduría, hasta donde yo entiendo, se ha traducido en un liderazgo autoritario, represivo, personal y dinástico.
¿Eso es lo que quiere AMLO para México? ¿Puede separar tan fácilmente su veneración por Castro de sus intenciones mexicanas? ¿En verdad basta la muletilla y el lugar común de que México es México y Cuba es Cuba? Destape a la española.