Jorge Castañeda
Ayer el gobierno de Cuba negó la entrada a la isla al expresidente Felipe Calderón, quien pensaba asistir al aniversario luctuoso de Oswaldo Payá. El disidente cubano, autor de la Iniciativa Varela, falleció en un accidente automovilístico considerado por sus hijos como sospechoso, poco después de la visita del presidente Calderón a Cuba en 2012. Durante dicha visita, Calderón se negó a recibir a Payá o a cualquiera de los disidentes cubanos, rompiendo el esquema de sus dos predecesores, Ernesto Zedillo y Vicente Fox. Ellos, ya sea a través de su canciller, ya sea personalmente, se reunieron con los disidentes en La Habana, y Fox recibió a Payá en Los Pinos a finales de 2002. Es decir, la postura de Calderón frente a Payá y la dictadura cubana fue una siendo presidente, y otra siendo expresidente.
Pero no sólo ante el tema de los disidentes. Calderón cometió uno de los más graves atentados mexicanos contra la defensa colectiva de la democracia en América Latina, al promover y permitir el ingreso de Cuba en 2008 al entonces llamado Grupo de Río, organización que se creó en los años ochenta. Surgió del Grupo de apoyo a Contadora, y siempre enarboló como condición de pertenencia al mismo la vigencia de un régimen democrático. Era imposible argumentar que esa condición existía en Cuba; Calderón y su canciller simplemente la hicieron a un lado. Triste consuelo la ulterior metamorfosis del Grupo de Río en ese adefesio regional denominado CELAG, una OEA sin Estados Unidos ni Canadá, singularmente inútil para México hoy.
Subrayo la hipocresía de Calderón y su doble rasero por una sencilla razón. A pesar de ello, y de su absurda, sangrienta, costosa y optativa guerra contra el narco, pienso que la ofensa del gobierno de Cuba es contra el Estado mexicano, no contra la persona de Calderón. Los expresidentes de México no suelen ser bien tratados por sus sucesores, salvo De la Madrid por Salinas, Zedillo por Fox, y Calderón por Peña Nieto gracias al pacto de omertá del cual hemos escrito, en orden inversa, Álvaro Delgado y yo. No creo que haya sido una buena idea, porque la investidura… dura. De la misma manera que los excancilleres no tienen derecho a un pasaporte diplomático (ninguno de mis sucesores en la Cancillería se ha atrevido a cambiar esa norma que fijé en 2001), los expresidentes, sí. Con razón, tienen también derecho a una pensión vitalicia, a un equipo de seguridad, y a la deferencia de las instituciones, sino es que de la sociedad. No somos Colombia, Chile ni Estados Unidos, para sólo dar algunos ejemplos, pero algo ya debemos asumir en esta materia.
Por eso resulta tan decepcionante la actitud del gobierno de Peña Nieto ante la majadería cubana. No se trata de lamentarla. Debieron haber condenado el acto, explicando la razón de la condena, llamar al embajador de Cuba a Relaciones Exteriores para entregarle una nota de protesta, y hasta en su caso llamar a consultas al embajador de México en la isla. Nada: sólo un pobre “lamento” castrófilo, ni siquiera borincano, como el del jibarito de Rafael Hernández.
¿Que no conviene abrir tantos frentes simultáneamente? Veremos si se produjo alguna represalia de Peña contra la nueva cachetada de Trump: expedir los odiosos y ominosos lineamientos para llevar a cabo deportaciones masivas de mexicanos en Estados Unidos en la víspera de la llegada a México del firmante de los mismos, el General de Marines John Kelly. ¿Más frentes, o ninguno?