Jorge G. Castañeda
Finalmente el presidente Peña Nieto hizo lo que debió haber hecho hace casi 3 años: recibir en Los Pinos y tomarse la foto con la esposa de Leopoldo López, el líder encarcelado de la oposición venezolana. Asimismo, el secretario de Relaciones Exteriores ha echado a andar una estrategia diferente para México, tanto dentro de la OEA como en el plano bilateral con varios países de América Latina. Todo ello a propósito de Venezuela. Mejor tarde que nunca y como ha dicho Aguilar Camín, no hay que regatearle al gobierno este cambio positivo y necesario.
Sin embargo, los acontecimientos no tienen siempre la paciencia, la resignación o la tolerancia que podemos albergar los comentaristas o los funcionarios. Lo que ha sucedido con la nueva política mexicana frente a Venezuela es que se ha ido rezagando día tras día conforme se agrava la crisis de ese país: crisis política, humanitaria, económica, social. Para poder seguir avanzando sin embargo y mantenernos al día, convendría que tanto Peña como la Cancillería se deshicieran de algunas telarañas mentales que todavía ofuscan su pensamiento.
La idea de que México nunca ha intervenido en conflictos internos de otros países, a través de opiniones, recursos, apoyos o sanciones, es completamente falsa. Sólo existe en la cabeza trasnochada de los principistas o de algunos sectores de la izquierda. Desde la guerra civil española, México ha tomado partido en varias ocasiones a favor de un régimen o de otro, en un país o en otro. De la misma manera que defendimos a la República española, tomamos partido contra el golpe de Estado en Guatemala en 1954, contra la dictadura de Batista en Cuba de 1956 a 1959, a favor del régimen de Allende en Chile y contra el de Pinochet, y a favor de distintos proyectos revolucionarios en Centroamérica a finales de los años 70 y principios de los 80: Nicaragua, El Salvador y, en menor medida, Guatemala, y desde luego siempre aprobamos y mantuvimos las sanciones contra el odioso régimen del Apartheid en Sudáfrica, al grado que en 1976, el entonces secretario de Relaciones Exteriores, Alfonso García Robles, por instrucciones del presidente Echeverría, le prohibió al equipo mexicano de tenis competir en Sudáfrica en la Copa Davis, en la época del célebre Raúl Ramírez. Muchos dirán en México que se trataba en todos estos casos de tomas de partido a favor de los buenos y en contra de los malos. Si ese fuera el criterio, pues ya todo dependería de cuál es el rasero que se utiliza para definir a los buenos y a los malos. No me queda claro cuál de las dictaduras latinoamericanas de todos estos años ha sido la peor y cuál ha sido la mejor: Chile, Cuba, Somoza, y ahora Maduro en Venezuela. La lógica de todo esto no es que México no interviene, es que México, como todos los países, toma partido y lo hace a veces en función de intereses, de simpatías o de ciertos valores. Por mi parte prefiero la intervención basada en valores, y en particular en dos: la democracia y el respeto a los derechos humanos. Pero entiendo que pueda haber otros: la revolución, el socialismo, el antiimperialismo, etc. Pero por lo menos aceptemos que de eso se trata.
¿Qué debe hacer México ahora en Venezuela? En primer lugar dejar de insistir en la tontería del diálogo. Ya se intentó un esfuerzo mediador encabezado por el exjefe de gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, y fracasó estrepitosamente. No puede haber diálogo, cuando la mitad de los líderes de la oposición están en la cárcel, y peor aún si es detenido en estas horas o días, Henrique Capriles, el otrora candidato de la oposición a la presidencia y actual gobernador del estado de Miranda. No hay dialogo posible cuando la represión es cotidiana o cuando el poder judicial, de alguna manera disuelve al poder legislativo (maniobra que fue echada abajo por la presión internacional y por la calle en Caracas, pero que puede volver a ser impuesta).
Asimismo, México debe dejar de buscar consensos en la OEA e ir planteando proyectos de resolución cada vez más duros, invocando el artículo 21 de la Carta Democrática Interamericana para lograr la suspensión de Venezuela de la OEA si no celebra elecciones, se liberan a los presos políticos y se devuelve la autonomía a la Asamblea Nacional y al órgano electoral. Pero además, México debe ir buscando con otros países latinoamericanos, y en particular con los dueños del circo de Caracas –los cubanos– para encontrar activamente una salida a la pesadilla venezolana en lugar de simplemente lamentarla o censurarla. Se han dado pasos muy importantes, muy bienvenidos, y muy tardíos. Faltan más.