Jorge G. Castañeda
En Europa y en Estados Unidos se sospecha que determinados centros de poder de ultraderecha, asociados o no con gobiernos como el de Putin en Rusia, han desarrollado una serie de tácticas de lucha electoral de gran eficacia y malevolencia. La tesis principal en la que descansa su trabajo consiste en convencer a votantes de cierto tipo –ante todo los famosos millennials– de que todos los políticos, partidos y élites son lo mismo. La política es una porquería, que no resuelve ninguno de sus problemas –falta de empleo, bajos ingresos, terrorismo, ‘invasión’ por extranjeros (árabes, mexicanos, africanos, sirios)– y lo mejor es no votar nunca por nadie.
Provocar la indiferencia y el abstencionismo de los electores de menos de 30-35 años, urbanos, de clase media y media baja, blancos o europeos, reviste una singular ventaja para estos grupos políticos tipo alt-right en Estados Unidos, Front National en Francia, el UKIP en el Reino Unido, etcétera. Si estos sufragantes en potencia no votan, y los partidarios fanatizados, disciplinados y organizados del antiestablishment reaccionario sí lo hacen, se torna más factible un resultado favorable en cualquier elección para esos grupos. La abstención de los millennials trabaja para ellos; la antipolítica es un arma potente para promoverla y consolidarla.
Según varias versiones creíbles, existe ya una versión mexiquense de esta estrategia. Tradicionalmente el PRI buscaba movilizar a sus partidarios para votar: con ‘estructuras’, acarreos, ratones locos, compra de votos, pedir foto con celular de la boleta marcada y de la mitad del rostro del votante detrás de las mamparas, incluso requisar la credencial del INE de electores para ‘votar’ por ellos. Por último, existía siempre el recurso de manipular las actas electorales el día de los comicios en ausencia –inducida o no– de los representantes de casilla de otros partidos. Parece que hoy esta serie de trapacerías se ha venido a complementar con otra.
Lo esencial es detectar dónde es fuerte el voto noPRI, proPAN, proPRD y ahora, sobre todo, proMorena. Una vez localizadas esas secciones electorales, se busca casi cuadra por cuadra a las personas de menor ingreso y mayor propensión a votar por Morena. A esas personas, con efectivo en mano, mil o mil 500 pesos, un enviado del gobierno federal, estatal, municipal o priista, las invita a entregar su credencial de elector. Se les ofrece la cantidad de dinero asignada a cambio de la misma. Una vez que la credencial está en manos del enviado, éste procede a destruirla de cualquier manera, incluso con tijeras. En algunos casos no se destruye la credencial del INE y simplemente se guarda para ser devuelta después de las elecciones. Lo importante es que el ciudadano empadronado y proMorena no pueda votar el 4 de junio.
La lógica de esta técnica, eficaz y cínica, es muy sencilla. El gobierno y el PRI calculan que votarán alrededor de cinco millones de mexiquenses. Estiman que el aparato debe garantizar un poco más de dos millones de electores. Y si los tres millones restantes se dividen entre tres de manera más o menos equitativa, ya la hicieron. La clave es que no voten más de cinco millones. En otras palabras, se trata de un esquema muy parecido al de Europa y Estados Unidos. Sólo que allá se desalienta el voto de algunos con mentiras, propaganda o peer pressure, y acá se les impide votar reteniendo la credencial de elector, más o menos por la fuerza.
En Estados Unidos y Reino Unido el esquema prosperó. En Holanda, en Francia y probablemente en Alemania, no. ¿Qué sucederá en esa capital del mundo que son Toluca y el Edomex? Difícil saber. Hasta hace unos días pensaba que le alcanzaba a Peña Nieto para ganar de panzazo. Ya no estoy seguro.