Jorge G. Castañeda
Las coincidencias de ideas o de tesis entre académicos o distinguidos miembros de la comentocracia abundan en México y en el mundo entero. Unas coincidencias son menos espontáneas o sinceras que otras. Hemos atestiguado en los últimos años diversos ejemplos de aparentes coincidencias que no eran tales: se suelen llamar plagio. Un autor simplemente se fusila el texto, el argumento o la reflexión de otro, sin citarlo.
Existe otra categoría de repetición: cuando un grupo de comentaristas participan de manera constante y regular en un programa de radio o de televisión durante años, o almuerzan juntos cada semana, y en los días siguientes escriben más o menos lo mismo, sobre el mismo tema. No hay plagio ni mala fe, sólo gente afín que afina sus ideas en la discusión y luego plasma el resultado de esta última en el diario, uno o dos días después. Se aburriría el lector si cada vez que Leo Zuckerman, Aguilar Camín o yo publicáramos contenidos similares, nos citáramos mutuamente.
Y luego hay una tercera forma de coincidencias que es la más complicada. Se trata de aquellas ocasiones en que de buena fe, sin dolo o engaño, alguien publica un razonamiento que ya fue desarrollado o divulgado por otro, en el mismo medio, o en otro semejante y cercano, más o menos simultáneamente, sin que el segundo haya leído al primero, ni mucho menos pretenda copiarlo sin atribución. Esta es una especie de especialidad mexicana, por una simple razón: nadie lee a nadie en México, y nunca se le reconocerá a alguien haber pensado, dicho o escrito algo primero, que otros asumieron o aceptaron después.
Todo esto viene a colación porque al redactar mi artículo anterior sobre la renuncia posible de Trump, no me percaté que en Project Syndicate, un sitio donde publico desde hace más de diez años, Bernard-Henri Lévy escribió algo muy parecido unos días antes. No había yo leído el trabajo de Lévy, a quien no conozco pero cuya obra he ojeado, pero debí haberlo hecho. Somos hasta cierto punto colegas, escribimos en este caso sobre el mismo tema en el mismo medio, tenemos conocidos en común… En fin, antes de creer yo que mis ocurrencias eran únicas, tenía la obligación de revisar algunos otros escritos para comprobar si eran tan originales como pensaba. Y de encontrar algo parecido en otras páginas, estaba obligado a decirlo, aunque sólo fuera bajo el lema “Les grands esprits se rencontrent”. Misión cumplida, con una disculpa a los lectores por no hacer bien mi trabajo, a Manuel Arroyo que me lo paga muy bien, y a Enrique Quintana, responsable de lo que aquí se publica.
A propósito de la renuncia de Trump y de la hipótesis central de mi artículo y de la posibilidad accesoria de la nota de Lévy, los últimos acontecimientos parecen respaldarla. El yerno de Trump puede ser acusado formalmente; las investigaciones se centran cada vez más sobre él. Varios análisis en algunos medios norteamericanos ya señalan que por lo menos existe una ambigüedad sobre su presidente en funciones, puede ser acusado penalmente, pero en todo caso, consideran que al dejar la presidencia es susceptible de ser procesado por delitos cometidos como presidente, como presidente electo o como candidato. Además, hay una lectura interesante de las razones por las cuales la canciller alemana Angela Merkel, el nuevo presidente francés Emmanuel Macron, tal vez algunos gobiernos latinoamericanos y hasta el primer ministro de Japón –Shinzo Abe– comienzan a pensar que no sólo con Trump no se puede nada, sino que no va a durar. Se juntan el hambre con las ganas de comer. Esto ya es un asunto del día a día.