Jorge G. Castañeda
La segunda vuelta para la elección presidencial ha cobrado de nuevo pertinencia. Quienes somos sus partidarios desde hace unos quince años, y hemos defendido sus virtudes contra los 48,000 argumentos conservadores en México en su contra, no podemos más que congratularnos de que ahora aparezcan una gran cantidad de nuevos defensores. Bienvenidos.
Entre ellos destaca la Dirección Nacional del PAN. Es fundamental que Ricardo Anaya diga que Acción Nacional apoya la segunda vuelta y que lo argumente con la inteligencia que lo caracteriza. En realidad, no se trata de una postura nueva para el PAN, ya que por lo menos desde 2009, cuando Felipe Calderón y Fernando Gómez Mont enviaron al Congreso su llamado decálogo de reformas electorales, incluyeron la segunda vuelta, por lo menos en un primer momento. Entonces es cierto que ahora el PAN le da un nuevo brillo al asunto, pero también es cierto que no se trata de una innovación y que bueno que así sea.
El pequeño problema es que el PAN tuvo en sus manos la posibilidad de imponerle la segunda vuelta a Peña Nieto y al PRI en 2014. Muchos se lo dijimos entonces. Como EPN necesitaba desesperadamente la reforma energética, y como era obvio desde el principio del sexenio que jamás lograría los votos del PRD si el PAN no votaba a favor, no habría reforma energética. Por tanto, el cambalache estaba cantado: reforma energética contra segunda vuelta. Proliferaron las plumas y las intervenciones en aquel momento en este sentido, pero la dirección panista de entonces prefirió aceptar una serie de argumentos absurdos para hacerse tonta.
Entre esos argumentos figuraban por lo menos tres. El primero: el PAN no podía oponerse a la reforma energética porque siempre había sido partidario de la misma, y podría alcanzar una mejor reforma energética apoyándola que utilizándola como instrumento de chantaje para lograr la segunda vuelta. En segundo lugar, que de todas maneras Peña Nieto jamás aceptaría la segunda vuelta; la verdadera disyuntiva se hallaba entre ni reforma energética ni segunda vuelta, o sólo reforma energética. Tercero, por último, que no había equivalencia entre un tema estructural y estratégico, y una reforma meramente electoral, es decir, que no debían sumarse peras con manzanas. Era una oportunidad magnífica que se desaprovechó y que probablemente signifique que no haya segunda vuelta para 2018.
Conviene siempre recordar que en democracia sí se intercambian peras por manzanas: manzanas podridas con peras maduras, o peras podridas con manzanas en su punto. Así es como avanzan las causas de la democracia o las reformas de una índole o de otra. Cuando un partido se niega a jugar su papel de oposición de verdad, la democracia no funciona. El PRI lo hizo con una postura de obstrucción sistemática durante el sexenio de Fox, y en menor medida del de Calderón, aunque le avaló su guerra sangrienta contra el narco.
El PAN lo ha hecho en el sexenio de Peña Nieto, sistemáticamente dándole más o menos lo que quiera, sin obtener gran cosa a cambio. Acordémonos que, por ejemplo, a propósito de reelecciones, una reforma tan importante como la segunda vuelta, a saber, el primer senador mexicano reelegible, lo será en el 2024. Sólo para alimentar nuestro optimismo.
Hacer esto hoy es preferible a no hacerlo, aunque se viole una normatividad evidente, ciertamente absurda, y lleve dedicatoria la reforma: contra AMLO. En el fondo, quien debiera recapacitar al respecto, es el propio López Obrador. El PRIAN, la mafia en el poder, la sociedad civil, la comentocracia, y hasta instituciones académicas de las cuales se vanagloria de vez en cuando, pueden imponerle una segunda vuelta de dos maneras distintas: en la ley y en las formas, como en Francia hace un mes, y ahora con las elecciones legislativas; o en los hechos, a través de una amplia coalición antiAMLO que convierta la primera vuelta en una segunda. ¿Qué prefiere?