El impasse generado por el afán del gobierno de imponer a Raúl Cervantes como fiscal general de la nación y la resistencia de toda la oposición y de grupos organizados de la sociedad civil probablemente desemboque en un acuerdo negociado. Los términos consistirán en lo que los senadores calderonistas más listos han insinuado: se elimina el pase automático, Cervantes compite contra otros candidatos, y gana. Nadie queda muy contento, pero se aprenden varias lecciones.
En primer lugar, no había que confundir pase automático con fiscal a modo. El problema no es el pase, sino el pasante. No me consta, desde luego, pero supongo que cuando el PAN en 2013 aceptó la permanencia en el nuevo cargo del ocupante en funciones del anterior, pensaba que el nuevo fiscal sería designado por consenso del Pacto por México. Allí se negoció todo esto, y por lo tanto el gobierno no intentaría imponer a un amigo del presidente, aunque en ese momento el procurador era Jesús Murillo. La ruptura entre el PAN y Ricardo Anaya, y Enrique Peña Nieto –por el Estado de México o por otros motivos- condujo al gobierno a dejar morir su iniciativa de eliminar el transitorio del 102 constitucional, y a insistir en Cervantes. La pelea de la oposición, como bien lo dice un texto promovido por el Grupo Encuentro Chihuahua y publicado ayer en Reforma, no es contra el pase, sin contra la impunidad que se perpetuaría con la presencia de Cervantes en la Fiscalía.
Una segunda lección, si por milagro la oposición en su conjunto lograra desbancar a Cervantes, es que oponerse al gobierno –la guerra abierta de Anaya– sí reditúa. El PAN no debió haber aceptado los términos de la reforma política de 2013, sobre todo la exclusión de la segunda vuelta, sin pelearla en otros ámbitos. Ahora que combate con todo las medidas del gobierno con las que no está de acuerdo, puede ganar mucho más. Plantarse y obstaculizar proyectos gubernamentales válidos pero que requieren de apoyos panistas para lograr acuerdos en otros temas es una táctica legislativa o política perfectamente legítima, que tiene un mal apellido: chantaje. ¿Y qué?
Por último, cualquier victoria que se alcance en este combate abonará a la construcción del Frente Opositor. De alguna manera, con la excepción de Morena, la resistencia contra Cervantes es un embrión del Frente Opositor. Las tesis y los objetivos que unen a los partidos, a los grupos y a las personalidades, son más trascendentes que sus diferencias naturales. El trabajo de oponerse al gobierno, a sus maniobras con otras maniobras, a su invectiva con otra invectiva, a su unidad monolítica con una creciente unidad democrática, constituye un valioso proceso de aprendizaje, ciertamente tardío, para los integrantes del Frente. Se crea confianza, se conoce a los aliados, se detectan las divergencias para resolverlas y se identifican las convergencias desconocidas, para exaltarlas. En una de esas, el Frente tendrá un padrino de nombre Raúl Cervantes, y un padre putativo: la obcecación de Enrique Peña Nieto por imponer un fiscal que le cuide las espaldas.