Jorge G. Castañeda
Este jueves se liberaron del sigilo varios miles de documentos secretos de las investigaciones del asesinato de John F. Kennedy. Desde una ley aprobada en 1992, el gobierno de Estados Unidos tenía como fecha perentoria, para entregar tal vez más de 100 mil páginas, a más tardar el 26 de octubre de 2017. Llegó la fecha.
Según varios expertos e historiadores consultados por The New York Times, no habrá necesariamente revelaciones espectaculares ni se podrá saber de inmediato qué joyas se encuentran en el acervo. Más aún, el presidente de Estados Unidos puede mantener en reserva, o tachar largos pasajes del archivo, invocando razones de seguridad nacional y, en particular, las relaciones que existían en 1963 entre los servicios de inteligencia norteamericanos y de otros países. Uno de ellos es el nuestro.
En efecto, uno de los temas más enigmáticos aún hoy, y que los documentos antes secretos podrán ayudar a dilucidar, consiste en la visita que realizó Lee Harvey Oswald a la Ciudad de México en septiembre de 1963, un par de meses antes de matar a Kennedy. Hace años se supo que Oswald viajó a México con el propósito de obtener una visa para la Unión Soviética, vía Cuba. Ya había vivido en la URSS a finales del 50; regresó a Estados Unidos, pero se desencantó de nuevo y deseaba volver. Pensó que primero iría a La Habana, y de allí a Moscú. Se presentó varias veces en las embajadas de la isla y de la URSS, en esa época ambas en Tacubaya, sin éxito.
Todo esto lo sabemos porque la CIA y la Dirección Federal de Seguridad vigilaban juntas las embajadas soviética y cubana, compartían información, videos y grabaciones. Lo que no sabemos con precisión es lo que sucedió dentro de las sedes diplomáticas. Se supone que hay varios temas aún en suspenso sobre lo que en efecto sucedía dentro de éstas. En primer lugar, está la escena que posiblemente captó el camarógrafo de la CIA, en la que un oficial de inteligencia cubana le ofrecía o le entregaba dinero, pero Oswald aparece de espaldas y no fue posible determinar con certeza que se tratara de él. Siempre ha parecido dudosa esta hipótesis, pero no imposible. La otra más conocida es que cuando los cubanos le negaron la visa a Oswald dentro de la embajada, empezó a gritar y a anunciar que les iba a demostrar cuán castrista y admirador de la Revolución Cubana era, y lo haría al matar al presidente de Estados Unidos muy próximamente. La tercera escena que puede haber o no sucedido es si dentro de la embajada, las dos o tres veces que fue Oswald ahí, estableció algún tipo de relación afectiva con una de las colaboradoras mexicanas, una tal Silvia Durán, y mantuvo contacto estrecho con ella durante la semana que permaneció en México.
Lo que más podría resultar interesante es si la Federal de Seguridad y la CIA monitoreaban también las comunicaciones cubanas de la embajada con La Habana. Y si en esas comunicaciones el oficial de inteligencia, o el embajador –cualquiera de ellos– le informó a La Habana de que un exmarine norteamericano, que había vivido un par de años en la Unión Soviética, se presentó en la embajada, pidió una visa, le fue negada y anunció que iba a matar a Kennedy. De existir ese cable, o ese mensaje de la embajada de Cuba en México a La Habana, la siguiente pregunta sería: ¿por qué La Habana no compartió esa información, directa o indirectamente con alguien en el gobierno de Estados Unidos? O a la inversa, si hay cables de la embajada de Cuba a La Habana intervenidos por la CIA y/o la Federal de Seguridad, y no figura ese mensaje, pues significa que, o bien no le dieron importancia, o bien prefirieron no enviarlo.
Estos son algunos de los misterios que permanecen en el aire y que tal vez puedan ser aclarados por este enorme acervo de documentos que se liberan estos días. Para los curiosos y ociosos que siempre nos ha obsesionado el asesinato de Kennedy, una verdadera mina de oro.