Jorge G. Castañeda
Salvo la enigmática e irreverente referencia de Andrés Manuel López Obrador a que su lucha contra la corrupción rayará en la locura, el discurso más interesante de ayer fue el de Ricardo Anaya. Por innovador, arriesgado o incluso temerario, y por presuponer varias tesis que están lejos de comprobarse, por ahora. Me referiré a lo nuevo, a lo viejo y anacrónico, y a las debilidades, en ese orden.
Lo nuevo es lo que muchos ya han llamado el estilo ‘TED talk’ o Steve Jobs de Anaya. Cuando se siente más cómodo, en su piel, es cuando platica, en lugar de arengar, sobre temas tecnológicos, del futuro, de la transformación del país y del mundo, en vez de recurrir a los viejos estribillos sobre el cambio, la unidad, la dignidad, la patria, etcétara. Utilizó con mucho arrojo esta fórmula para dedicar casi la mitad de su discurso a las transformaciones tecnológicas en curso, a la necesidad de apostarle al cambio y a la innovación, en lugar de repetir las tesis del presente y a mostrar de una manera muy pedagógica cómo determinadas transformaciones en los sectores más modernos del mundo pueden afectar directamente a los mexicanos. Incluso sus incursiones en las tiendas de Amazon en Seattle y a los tractocamiones autónomos en Silicon Valley resultaron atractivas.
Ahora bien, esta definición implica una opción estratégica. Esta es que Meade y el PRI están liquidados y que ya llegó la hora de concentrar las baterías contra López Obrador. Implica pensar que ya la contienda por el segundo lugar concluyó, y que empezó en los hechos la disputa por el primer lugar. En ella, el contraste, según Anaya, debe ser entre una persona joven, culta, enterada de los cambios mundiales, que puede resultar mucho más llamativa para el electorado mexicano que alguien que se ve mucho más viejo –y tiene un cuarto de siglo más–, pero cuyas ideas son aún más rancias que sus canas: López Obrador. En el fondo, con mayor o menor consciencia, Anaya le apuesta al famoso carácter aspiracional de los mexicanos: queremos ser como los que nos mostró en los videos, pertenecer al mundo que describe del cambio tecnológico exponencial, ser parte de ese universo, en lugar de vernos atraídos por las imágenes especulares de nosotros mismos. Esta fue la apuesta de los publicistas de finales de los años 50 y principios de los 60, y de Emilio Azcárraga Vidaurreta, cuando comenzó la televisión en México: desde las modelos rubias de Clairol, hasta las rubias superiores de la Cervecería Moctezuma. Es posible que tenga razón, pero también debe subrayarse el carácter arriesgado de esta tesis.
Lo más viejo y anacrónico del discurso de Anaya fue la parte sobre Estados Unidos. Repitió lugares comunes, obsoletos, sin ningún contenido y sin ningún chiste, para efectos puramente demagógicos en el recinto, y omitiendo cualquier reflexión didáctica, como en el resto de su discurso, a este respecto. Se hubiera saltado ese segmento. En cambio, otro elemento innovador fue la referencia a su madre y a su abuela, que muestra también de manera elíptica, que viene de una familia donde las mujeres trabajaban fuera del hogar, eran profesionistas y vivían en una situación de igualdad con los hombres. No es el caso de la inmensa mayoría de las familias mexicanas, y menos aún de las familias de clase media conservadora del Bajío. En este aspecto, el discurso de Anaya también llama la atención.
Mis dudas se centran en si tiene razón al pensar que la primera vuelta ya terminó y que estamos en plena segunda vuelta; no estoy seguro, pero supongo que su equipo tiene números y estudios cualitativos que así lo demuestran. Aun así, permanezco escéptico. Y en segundo lugar, es preciso reconocer que hasta llegar a la parte ‘TED talk’ de su intervención, hay pocas propuestas específicas propias. El ingreso básico universal sigue siendo prácticamente la única idea original y detallada. Lo demás parece una repetición de su discurso de precampaña de cajón del último par de meses. Como le ha funcionado ese discurso, existe una tentación natural a repetirlo. Pero no es el discurso de una nueva etapa de campaña, es el discurso del final de una precampaña.