Jorge G. Castañeda
En estos días circularán seguramente varias encuestas electorales que ofrecerán respuestas a varias preguntas: ¿Ha caído Ricardo Anaya, a raíz de la embestida del gobierno de Peña Nieto en su contra?, (probablemente sí, un par de puntos). ¿A quién ha beneficiado esa caída: a Meade, a López Obrador o a Margarita Zavala de Calderón?, (probablemente a AMLO, y quizás un punto a MZC). Mientras, debemos conformarnos con otros datos, tal vez más reveladores del conjunto de los comicios que tendrán lugar el 1 de julio.
Recurro de nuevo a la empresa Massive Caller, ahora con cifras relativas a la elección de senadores, en una encuesta levantada la semana pasada. Le recuerdo al lector que Massive Caller utiliza llamadas “robot” a líneas fijas y a celulares, que se acercó más que muchas otras firmas al resultado del Estado de México en 2017, entre otros aciertos, y que han acreditado su trabajo como otras empresas. Conviene subrayar también que los senadores en México son electos con una triple fórmula: unos (aberrantes), de representación proporcional o lista; otros –dos en cada estado– por mayoría relativa, y otros más de primera minoría –uno por entidad. Los números de esta encuesta son aterradores para el PRI.
De las treinta y dos entidades del país, el PRI se encuentra en primer lugar, es decir, donde podría elegir a dos senadores… en ninguna. Ni siquiera en sus antiguos bastiones, como el Edomex, Hidalgo, Campeche y Sonora. En estos se aproxima al primer sitio, pero no llega. De mantenerse esta tendencia, el PRI no elegiría fórmula completa en ningún estado: una debacle.
Peor tantito, sólo alcanza el segundo lugar en diez entidades: Campeche, Chiapas, Guerrero, Hidalgo, Oaxaca, Sinaloa, Sonora, Tabasco, Yucatán y Zacatecas. De ocupar ese sitio en las diez el día de la elección, el PRI acabaría con sólo diez senadores de mayoría y, en el mejor de los casos, otros seis o siete más: una bancada raquítica. Hoy tiene cincuenta y cinco senadores, para comparar. Pero aún hay más. En las diez senadurías de primera minoría, el PRI únicamente arroja una ventaja de más de cuatro puntos porcentuales en Campeche, Sonora y Tabasco. Ni siquiera en Hidalgo, cuna y baluarte del priismo.
Es evidente que todo esto debemos tomarlo con varios granos de sal. En primer lugar, Massive Caller encierra las reservas que ya hemos mencionado. En segundo término, los datos pueden cambiar, conforme se anuncien las candidaturas, avancen las campañas y se den los debates. Por último, la maquinaria local del PRI, aunque se roben el dinero que ellos mismos –cuales buenos antropófagos– a su vez le roban a los contribuyentes, es poderosa en ciertos estados (ya no en todos). En otras palabras, estas cifras no pueden ser vistas como definitivas.
Pero sí reflejan una tendencia. He oído hablar de algunas otras encuestas que en diputados le dan al PRI 11%. No hablemos del candidato presidencial. Si el PRI no logra arrebatar ni una gubernatura; si cae de cincuenta y cinco senadores a menos de veinte, y si en diputados apenas araña un veinte por ciento, estaremos atestiguando algo nunca visto: la desaparición del “partidazo”. Creo que es prematuro anunciarlo, y mucho menos creerlo. Pero hay datos duros que lo insinúan. De ser ciertos, lo último que importa es la elección presidencial.