Jorge G. Castañeda
Varias publicaciones extranjeras han presentado a Andrés Manuel López Obrador como un Trump mexicano, como la respuesta mexicana a Trump, o como un político cuya posible victoria responda a pulsiones sociales parecidas a las que favorecieron al actual ocupante de la Casa Blanca. La analogía se explica en parte por la moda y la facilidad; en parte porque, en efecto, existe una tendencia global hacia los extremos y AMLO es parte de esa ola; y también en vista de algunos rasgos comparables. Entre ellos, el más obvio, desde luego, reside en el nacionalismo económico: tanto Trump como Andrés Manuel creen en la autosuficiencia, el primero en materia de acero, aluminio y automóviles, el segundo en el rubro alimentario, energético y maderero.
Pero existe otro atributo común a ambos políticos que conviene resaltar. Federico Arreola, que conoce bien a AMLO y simpatiza con él, sin ser acólito ni incondicional, publicó una apreciación hace unos días que me parece perspicaz y a la vez alarmante. Dice mi amigo Arreola –lo conocí a través de Luis Donaldo Colosio en febrero de 1994– lo siguiente: “AMLO tendrá el derecho de manejar el presupuesto de comunicación con los criterios que piense más beneficien a su gobierno, siempre y cuando sean legales, y por supuesto la misma libertad que ampara a los medios para hacer su trabajo, la de expresión, autorizará a Andrés a cuestionar a cualquier crítico con el que no esté de acuerdo”. Los fake news de Trump y sus respuestas, críticas o ataques a CNN, MSNBC, The Washington Post o The New York Times, no son otra cosa.
Muchos jefes de Estado o de Gobierno se niegan a permanecer callados ante críticas de los medios de comunicación que les parecen falsas o injustas. Casi siempre pierden esas batallas, pero es comprensible que la incomprensión, la ignorancia o la mala fe de los medios en ocasiones exasperen a quienes realizan la difícil tarea de gobernar. En otros momentos, presidentes impopulares dirigen réplicas amargas y ofensivas a determinados periódicos o columnistas –o conductores de noticieros de radio y televisión– porque ponen en evidencia –o en ridículo– sus errores, mentiras o escándalos.
Trump ha llevado al extremo esta costumbre esporádica y aislada. Denuncia por Twitter a un medio casi diario, y a veces a varios al mismo tiempo. Los insulta, los anatemiza ante sus seguidores –que no son pocos ni indefensos– y les cuelga el estigma de la falsedad, el sesgo y la intolerancia. ¿Y qué?
Y mucho. No es lo mismo una polémica con un colega, es decir, con un par, que con el presidente de un país. En Estados Unidos existe la Primera Enmienda a la Constitución, que en teoría, en la mayoría de los casos, protege la libertad de expresión. Trump la amenaza porque los grandes medios –salvo el NYT– son propiedad de grandes consorcios (el WP de Amazon; MSNBC de Comcast, por ejemplo), que se ven obligados a ser sensibles a las presiones de la Casa Blanca. Pero en México no hay Primera Enmienda, no hay tradición de libertad de expresión, pero en cambio sí una rica tradición de autocensura.
En verdad, ¿salió Rubén Cortés de La Razón por mutuo acuerdo y convenir a sus intereses? O más bien, ¿fue porque Morena sugirió que la primera plana dejara de ser tan crítica de AMLO y los dueños decidieron acceder a esa petición y Cortés no tanto? ¿Se trata de la primera víctima de la autocensura bajo AMLO? En México, el presidente –que espero no sea López Obrador– no es un ciudadano de a pie en materia de libertad de expresión. No existe simetría alguna entre lo que dice, escribe o proclama, y lo que pueden sostener críticos, escépticos o fanáticos adversos. Si Arreola tiene razón –y creo que sí la tiene– podemos retroceder muchos años. Quienes comenzamos a escribir en los años setenta –sí, 70– lo sabemos bien.
Por cierto, para seguir con algunos números estatales interesantes. De acuerdo con la encuesta de Reforma para Veracruz, AMLO obtiene 48 por ciento del voto, Anaya 36 por ciento y Meade 15 por ciento en números efectivos. Según la del Centro de Estudios Estratégicos para el Desarrollo de la UdeG, en Jalisco, en votación ‘bruta’ AMLO logra 35.7 por ciento, Anaya 32.9 por ciento y Meade 13.2 por ciento. Se trata de los padrones tercero y cuarto del país. En Puebla, el quinto padrón, Meade saca 17 por ciento en la encuesta de Reforma (20 de junio). No sé si va a salir en segundo lugar gracias a los votos en Campeche (donde tampoco llega), en Hidalgo o en Colima. En los estados más poblados, no.