Jorge G. Castañeda
Los partidos derrotados el 1 de julio arrancan ya con sus procesos de introspección, debate, en su caso autocrítica, y ajustes de cuentas. Quienes no pertenecimos nunca a ninguno de ellos nos interesa el proceso, pero no nos incumbe directamente. En el caso del PRI, no sólo no me afectan las deliberaciones del mismo, sino que me parecen hasta cierto punto ociosas. Mientras no puedan los priistas responsabilizar a Peña Nieto de su debacle, nada de lo que digan o piensen resultará pertinente. Tratándose del PAN, del PRD y de Movimiento Ciudadano, la situación es diferente.
Entiendo que debe haber varias interrogantes que los tres partidos puedan formularse a propósito de su desempeño en esta sucesión presidencial, partiendo de que, detalles más, detalles menos, los resultados no fueron los esperados. En primer lugar, si la estrategia del Frente fue la adecuada. Todo indica que la respuesta se antoja afirmativa: ante el tsunami de López Obrador, ninguno de los tres por su cuenta, con la posible excepción de MC, hubiera alcanzado incluso los mediocres números del 1 de julio. Fue una idea original, audaz, responsable, que no funcionó. No por la idea, sino por la ejecución.
Segunda pregunta: ¿qué pudo haber hecho cada integrante del Frente para que una buena idea prosperara? Las responsabilidades son proporcionales a las dimensiones de cada componente de la alianza. Aunque la discusión es pertinente para las tres fuerzas, la respuesta del PAN y del PRD rebasa en importancia a la de MC. Por lo que he leído de las reflexiones internas de ambas organizaciones, concluyo, por ahora, que se puede dividir la contestación en dos partes. La primera: haber actuado de otra manera durante el sexenio de EPN; la segunda: un enfoque distinto durante los meses finales de la campaña real.
En el primer punto, ya varios dirigentes del PAN y del PRD han iniciado una discusión interesante. Para resumir: la firma del Pacto por México, además de apresurada y sigilosa, dañó mucho a sus autores por lo que siguió: la casa blanca y Ayotzinapa. Aun suponiendo que fue una buena idea apoyar las llamadas reformas estructurales, y pedir poco a cambio (sobre todo el PAN), el proceso fue en buena medida impresentable. Pero ante todo, ni el PRD ni el PAN entendieron a tiempo –yo tampoco, pero no importa, aunque en el caso del PRD y la casa blanca, tal vez vi las cosas oportunamente– que resultaba indispensable romper con el gobierno a partir de ambos acontecimientos. En lugar de utilizarlos como armas termonucleares contra EPN, ambos partidos terminaron cargando el lastre del régimen, innecesariamente. Cuatro años después, no fue creíble, a ojos del electorado, su propuesta de alternativa verdadera, aunque la otra, que sí fue creíble, hoy en varios aspectos, dejó de existir. A partir del otoño de 2014, cualquier postura que no fuera de oposición tajante, radical y constante, empalidecería ante el desastre del régimen y la intransigencia de AMLO. Los votantes cobraron la indecisión en las urnas.
Segunda reflexión: aunque parte del PAN considera que la organización se desdibujó durante la campaña, y fue demasiado “frentista”, otros desde fuera pensamos que no lo fue lo suficiente. Aun atendiendo a las sensibilidades panistas, y de la fuerza muy superior de Acción Nacional –terminó por superar a los otros dos grupos cuatro y cinco a uno– sin Frente, no había alternativa viable a Peña y al PRI. La ruptura con la idea –y en parte la realidad– del PRIAN, no residía en los supuestos valores trasnochados del PAN, si no en el Frente: una coalición de partidos, organizaciones y personalidades de la sociedad civil, con ideas diferentes a las de cada uno de sus integrantes, con propuestas de políticas y personas distintas.
Por múltiples razones, que ya habrá tiempo de exponer y analizar, el Frente no se “desempanizó”; el PRD y MC no pudieron/supieron/quisieron imponerse como iguales; y el activismo de la sociedad civil, una vez más, prefirió la crítica –en ocasiones fundada– al apoyo y la incorporación –en ocasiones con las narices tapadas.