Jorge G. Castañeda
Nadie puede descartar que, en efecto, durante los próximos días, México y Estados Unidos alcancen un acuerdo sobre los puntos álgidos y pendientes de la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y que, una vez logrado ese cierre, Canadá y Estados Unidos puedan a su vez resolver los litigios entre ellos, y se sienten los tres gobiernos para finiquitar las últimas divergencias y desembocar en el famoso apretón de manos antes de finales de mes.
Este panorama tan optimista es el que los negociadores mexicanos vienen insinuando desde hace semanas, y haciendo a un lado los detalles, desde hace un poco más de un año. De allí dos preguntas: ¿Por qué han insistido tanto en una visión optimista, que ha sido desmentida sistemáticamente? ¿Por qué tantos medios, columnistas, analistas y los propios mercados, les siguen creyendo? Antes de intentar ofrecer algunas respuestas, conviene señalar un par de ejemplos de los pronósticos falsos sugeridos por las autoridades y los empresarios mexicanos desde finales de 2016.
Se ha vaticinado varias veces que el TLCAN 2.0 podría haberse acordado antes de las elecciones mexicanas del 1 de julio. De esa manera se evitaría que se convirtieran en un tema de campaña. Algunos señalamos que no había manera que se llegará siquiera al acuerdo en principio (whatever that means) antes de los comicios. Ya sabemos que no sucedió.
También se sostuvo, o se filtró, o se esperó, que el Senado mexicano saliente (con mayoría priista) podría ratificar el nuevo TLCAN, evitando de esa manera que un cambio radical de la correlación de fuerzas en su seno entorpeciera y postergara la aprobación. Visto que los senadores actuales se marchan a fin de mes, este vaticinio tampoco se cumplió.
La parte mexicana –y en ocasiones la estadounidense también– ha procurado siempre mostrar tramposamente la mejor cara para proteger el tipo de cambio, para generar una inercia optimista, por pensamiento mágico (al cual es muy afín el presidente Peña Nieto), y porque sabía que podía. Son los mismos motivos por los cuales hoy sostienen en sus filtraciones que se puede llegar al acuerdo en agosto, que Trump apresura los trámites legislativos y jurídicos de tal suerte que ambas cámaras del Congreso norteamericano lo aprueban en noviembre, inmediatamente después de las elecciones de medio periodo allá, en un lame duck session; que México hace lo propio a finales de noviembre o incluso a principios de diciembre, y todo el mundo queda contento. Peña Nieto, porque su equipo habrá concluido las negociaciones y se confirmará que su estrategia con Trump, desde la invitación a Los Pinos, fue la correcta. López Obrador, porque no deberá ocuparse de conflictos con Estados Unidos en esta materia, y podrá mantener su luna de miel con Washington. Y Trump, porque según esta fantasía, gracias al TLC acordado en principio desde septiembre, conducirá al Partido Republicano a la victoria en los comicios de noviembre. Esta serie de deseos piadosos ayuda a estabilizar el tipo de cambio, a no desalentar la inversión, a evitar fricciones entre los dos equipos mexicanos, y a que la comentocracia financiera nacional y extranjera permanezca feliz.
He allí parte de la respuesta a la segunda pregunta. Después de tanta previsión equivocada, Bloomberg, Trade Monitor, El Economista, este mismo diario en ocasiones, los columnistas más afines al gobierno de Peña Nieto, por lo menos en esta materia, le creen al mismo porque quieren creer. Suelen repetir lo que el gobierno les susurra al oído, sin hacer la tarea de investigar si las afirmaciones no citables poseen algún viso de viabilidad. Doy como prueba una joya publicada ayer por un diario de la Ciudad de México, en primera plana y en el equivalente de ocho columnas: “Se respira un ambiente de cierre y acuerdo”, según quien encabeza el grupo empresarial que acompaña las negociaciones. Se vuelve noticia la declaración en sí misma, sin que podamos saber si otros participantes piensan lo mismo, si es verosímil la metáfora, y se ajusta a una serie de restricciones, realidades y tiempos poco flexibles. No importa: ya vamos llegando a Pénjamo.