Jorge G. Castañeda
De acuerdo con la mayoría de los analistas, tanto en México como en Estados Unidos, el acuerdo alcanzado entre los tres países sobre un nuevo TLCAN es bueno para México. En dicha perspectiva se coteja, con bastante razón, el resultado final con cualquiera de las posibilidades contempladas hace casi dos años, cuando fue electo Trump. Este último no abandonó el TLC; Canadá no quedó fuera; muchas de las exigencias norteamericanas permanecieron en el tintero. Se trata de un logro importante para el equipo de Peña Nieto, y no tiene sentido regateárselo.
Lo cual no impide formular preguntas al respecto. Por mi parte tengo dos, no sobre el detalle del contenido del acuerdo, que iremos conociendo sobre la marcha y que puede incluir sorpresas. Una se refiere a la posibilidad de otros acuerdos, aún no divulgados, con Estados Unidos. Otra abarca el tema de la política macroeconómica de la cual el viejo TLCAN fue a la vez el símbolo, la camisa de fuerza y la piedra de toque (Lenin).
Según El Universal, Trump declaró el lunes que “la seguridad fronteriza y la construcción del muro fue un ‘factor’ importante en la renegociación del TLCAN… Fue una gran parte y se llegó a ciertas cosas, ciertos entendimientos. Aunque al mismo tiempo, tampoco queremos mezclar demasiado”. Expresó algo parecido el 27 de agosto, cuando se hizo público el acuerdo bilateral.
Esta parte no fue citada en otros medios, pero corresponde al audio de su declaración. Es innegable que el presidente de Estados Unidos dice cualquier cosa, presume de todo y es perfectamente capaz de convertir un intercambio informal con Peña Nieto, o con Videgaray, en un acuerdo formal.
No obstante, surgen varios motivos para no desechar la versión de Trump. El secretario de Relaciones Exteriores, de acuerdo con versiones públicas de corresponsales mexicanos en Washington, ha viajado más de una docena de veces a la capital norteamericana desde la primavera. Las negociaciones estrictamente comerciales, en manos de la Secretaría de Economía, no ameritaban tal frecuencia. Los medios estadounidenses han publicado varios artículos sobre lo que Trump le ha pedido a México, desde un acuerdo de Tercer País Seguro en materia de migración centroamericana, hasta el ofrecimiento de 20 millones de dólares para financiar la deportación de extranjeros en territorio mexicano. En cuanto a drogas, ya vimos cómo México se sumó a un llamado aberrante, punitivo y prohibicionista del mismo Trump en la ONU la semana pasada, que contradice todo lo que ha dicho Peña desde hace meses y, sobre todo, lo que ha manifestado el equipo de López Obrador.
En segundo lugar, conviene recordar que el verdadero motivo del TLC original consistió en “blindar” la política macroeconómica de México contra retrocesos, vaivenes o francas desviaciones. Siempre fue visto como una camisa de fuerza: para bien, según muchos; para mal, según otros, que consideraban que el acuerdo de 1994 condenaba a México a seguir un solo camino, el llamado “modelo neoliberal”. Imponía un costo exorbitante a cualquier alejamiento del esquema, y a la vez ofrecía garantías de continuidad del mismo. Así lo entendimos sus críticos de aquella época, y lo aceptamos, resignados pero realistas. Así lo denunciaron múltiples voces, sobre todo en el seno de la izquierda mexicana, o en los amplios parajes del nacionalismo revolucionario.
Hoy, la 4-T, empezando por su dirigente, López Obrador, aplaude el nuevo TLC, que desde este punto de vista es casi idéntico al anterior, a la vez que rechaza el “neoliberalismo” imperante en México desde 1982. Sus aliados, desde Porfirio Muñoz Ledo hasta Pablo Gómez, se congratulan del acuerdo con Estados Unidos y Canadá, y simultáneamente anuncian el arranque de un nuevo modelo macroeconómico. La contradicción es evidente.
Me parece inverosímil que EPN se haya comprometido a acuerdos bilaterales en materia migratoria –mexicana y centroamericana–, de seguridad fronteriza y de la guerra contra las drogas, sin el visto bueno de AMLO. Y se antoja imposible que los equipos de éste festejen un convenio igual –o menos favorable para México– a aquel que entronizó, perpetuó y consolidó un modelo de desarrollo que repudian, sin entender lo que hacen. Parece que la incongruencia les preocupa menos que el deshacerse mágicamente de un problema endemoniado. En todo caso, es el suyo.