Jorge G. Castañeda
Walmart es el principal empleador privado de México. Más de doscientos mil mexicanos reciben su quincena de una de las cadenas que controla la empresa de Arkansas: Walmart como tal, Sam’s Club, Bodega Aurrerá, Superama, etc. Sólo el IMSS emplea a más gente en México.
Desde tiempo atrás, es decir, desde que la familia Arango vendió las tiendas Aurrerá a Walmart, sólo un pequeño número de empleados pertenecía a sindicatos, y se trataba más bien de sindicatos blancos, o de empresa. Por esa razón, entre otras, los salarios son de miseria, al igual que en Estados Unidos y en los demás países donde opera la empresa de los Walton.
En 2007, de acuerdo con el colega Darío Celis, la CROC incursionó en la cadena de tiendas departamentales a partir de una huelga en Los Cabos. Pero el esquema en su conjunto se mantenía intacto. Hasta que llegó la 4T. Con toda la razón del mundo, más de ocho mil empleados organizados de un sindicato presente en diez estados y perteneciente a la CROC, han emplazado a huelga a la empresa para el 20 de marzo. Algunos incluso citan la cifra de 62 mil posibles huelguistas. Exigen un aumento de 20 por ciento, como los trabajadores de las maquiladoras en Matamoros, y un bono de 4 por ciento de las ventas anuales de la empresa. Pero sobre todo, para el terror de esta última, parece haber la intención de la vieja CROC, o del nuevo grupo encabezado por Napoleón Gómez Urrutia, de afiliar a todos los empleados.
Walmart opera dos mil 358 tiendas en México, la quinta parte de su total mundial. México es, después de Estados Unidos, la joya de la corona. Pueden suceder varias cosas en esta coyuntura.
La primera posibilidad consiste en un nuevo entendimiento a la mexicana: sindicato más o menos blanco o charro, despidos masivos de los huelguistas, un muy pequeño aumento de sueldos, nada de bono, y el gobierno de franco aliado de una de las multinacionales más grandes del mundo. Otra opción es que la empresa acepte el incremento de 20 por ciento, después de unos días de huelga o incluso antes (parece difícil), y acepte también la afiliación masiva al sindicato existente, o a otros. Para que esto suceda, el gobierno de López Obrador, y la Secretaría del Trabajo en particular, tendrían que colocarse del lado de los trabajadores y presionar a la empresa.
Por último, podría estallar la huelga el 20 de marzo, durar un buen tiempo, e interrumpir el auge impresionante de Walmart en México, al grado de llegar a cerrar tiendas. Es el desenlace menos probable, pero no descartable. Si alguien desea fundar un nuevo movimiento obrero en México, el lugar idóneo para arrancar es Walmart, por todos los motivos ya señalados. Y si los empleados de la cadena de tiendas se sienten empoderados por la llegada de López Obrador a la presidencia, y envalentonados por los incrementos a los salarios mínimos en todo el país (16 por ciento) y en la frontera norte (100 por ciento), el intento de fundar algo nuevo puede prender.
No habrá manera de elevar el ingreso de los millones de mexicanos que ganan una miseria sin un movimiento sindical poderoso, democrático, plural y diverso, no concentrado únicamente en el sector público. No es una condición suficiente –la productividad, el crecimiento, el control de la inflación son tantos otros requisitos–, pero sin sindicatos, no hay cómo, en un país más o menos democrático como México. Walmart puede ser un buen comienzo, pero no está exento de peligro. Es una prueba del añejo para AMLO: si le entra al toro y apoya a los trabajadores –manipulados o no por unos u otros– o defiende lo indefendible: que en la empresa que más mexicanos emplea, sólo ocho mil de más de doscientos mil pertenezcan a un sindicato.