Jorge G. Castañeda
Siempre he dicho que la mejor manera de saber lo que piensa Andrés Manuel López Obrador es leer o escuchar lo que dice. Su gran ventaja como político y como mandatario es que suele decir lo que piensa, pensar lo que dice, y tratar de hacer lo que dice y piensa. Obviamente, como a muchísimos políticos en el mundo, no le resulta siempre. Lo que es más, en su caso, le resulta poco. Su sexenio, al día de hoy, es el del “vamos a” y luego viene una enorme cantidad de verbos: hacer, construir, arreglar, corregir, castigar, perseguir, etc. Pero sí existe una gran congruencia entre lo que dice y lo que piensa.
Si alguien quiere realmente saber qué piensa el Presidente, creo que la imposible lectura –para mí– del Plan Nacional de Desarrollo sería sumamente útil. Entre la enorme cantidad de delirios y de lugares comunes, sin duda se puede entresacar una gran cantidad de perlas de pensamiento, de intencionalidad y de acción. Si algunos tienen la paciencia para hacerlo, creo que les puede resultar sumamente satisfactorio el ejercicio. Yo me quedo con declaraciones más breves de AMLO.
Para todos los actores foráneos interesados en el país –inversionistas de cartera, inversionistas directos, embajadas y cancillerías, instituciones financieras internacionales, actores externos integrantes de la sociedad civil– la actitud de López Obrador frente a la inversión extranjera ha sido hasta cierto punto un enigma desde la campaña. Hay un enorme componente de wishful thinking en lo que todos estos actores manifiestan, en la medida en que prefieren pensar que en realidad López Obrador es un pragmático, que le da la bienvenida a la inversión extranjera, que de ninguna manera es enemigo de la misma, que va a respetar los contratos en materia de energía, y que no es ni mucho menos un troglodita al respecto. Paso por ahora sobre el tema de los verdaderos motivos de tal wishful thinking, pero sí quisiera comentar una declaración del Presidente de hace unos días en Juchitán, que parece revelar su verdadero pensamiento. Que no tiene nada ni de bueno ni de malo, es lo que es.
“Les digo que no anden inventando que va a venir inversión extranjera y que vienen los extranjeros a apoderarse del Istmo, mentira. Todo lo vamos a hacer con inversión pública, y si hay participación de inversión privada, va a ser de mexicanos, no van a haber extranjeros (sic)”. Lo interesante de esta declaración es que parece ser sincera. Tanto porque fue pronunciada en una localidad emblemática, como lo es Juchitán, en parte porque sin duda López Obrador se deschongó en alguna medida, y en parte porque corresponde a lo que realmente piensa. Es decir, en un mundo ideal, en los proyectos clave desde el punto de vista estratégico, nacional, social, económico y político, la inversión extranjera no es un recurso igual a los demás. Si se quiere, es una opción no bienvenida en determinados casos, y si se pudiera, nunca.
Conviene recordar las imbecilidades que decía Heberto Castillo en los años 70 a propósito del gasoducto Cactus-Reynosa, que se proponía construir el Pemex de Jorge Díaz Serrano en aquella época. Castillo se opuso a dicha obra de infraestructura, que finalmente no se pudo concluir debido a desacuerdos con los Estados Unidos, porque el ingeniero consideraba que el gasoducto se convertiría en un “Canal de Panamá”. Se refería a lo que en su mente sería una obra de infraestructura tan estratégica para Estados Unidos que comprometería la soberanía mexicana, y nos haría una fuente inagotable de agresiones potenciales. Siempre pensé que sus ideas eran, en ese momento, antediluvianas. Hoy ya no lo son: son de troglodita. Yo no sé qué quiere hacer AMLO en el Istmo de Tehuantepec. La idea puede ser buena o mala, dependiendo de qué se trate, cuánto cueste, cuánto dure su realización, y si en verdad puede volverse competitiva con el Canal de Panamá. Hace unos años pude ver en detalle un proyecto de un nuevo canal interoceánico en el Istmo y no me parecía para nada descabellada la idea. Pero además de no saber gran cosa al respecto, me parece que la única manera de construir una obra de infraestructura de esa magnitud –ferroviaria o marítima– es con inversión extranjera. Me parecería demencial que se utilizara el dinero de los contribuyentes mexicanos para construir un sistema multimodal, transístmico, caro y arriesgado, que sólo beneficiará a enormes empresas multinacionales que podrán transportar, en su caso, sus bienes comerciales del Pacífico al Atlántico en menor tiempo y a mejor costo. ¿Sin inversión extranjera? Es una demencia. Pero eso dijo el Presidente.