06:28 ET(10:28 GMT) 25 Marzo, 2020
Nota del editor: Jorge G. Castañeda, es colaborador de CNN. Fue Ministro de Relaciones Exteriores de México, es profesor de la Universidad de Nueva York, y su próximo libro “America through Foreign Eyes” será publicado por Oxford University Press en el mes de junio.
(CNN Español) — Como era lógico, los líderes de los más de 30 países latinoamericanos tomaron rumbos distintos desde el principio de la crisis del coronavirus. Algunos -los de las naciones más grandes- antepusieron consideraciones económicas y escepticismo frente a elementos de salud pública. Otros procedieron a cerrar sus fronteras rápidamente, incluyendo el tráfico aéreo y terminaron por clausurar todas las actividades, siguiendo el esquema de varios países de Europa occidental.
Pero con el paso de los días, las diferencias iniciales se disiparon. Haciendo a un lado las excentricidades individuales –la obsesión de Andrés Manuel López Obrador por besar niños y saludar de mano a todos sus seguidores, la de Jair Bolsonaro por despreciar todo lo que viene de afuera-, paulatinamente los diversos gobiernos de América Latina han visto converger entre ellos sus respuestas, y también con las del resto del mundo. Al menos en los hechos, aunque la retórica pueda parecer disímbola, así como en los factores que condujeron a dicha convergencia.
El liderazgo más personal, en efecto, contribuyó a las diferencias iniciales. Mandatarios como Nayib Bukele de El Salvador fueron más lejos y más rápido que la mayoría, cerrando fronteras, decretando cuarentena y poniendo en práctica medidas económicas radicales de apoyo a la población, desde la suspensión de cobro de ciertos servicios, como la luz, internet y teléfono -negociando con la banca y otros en el sector privado- hasta la postergación de pagos de hipotecas durante tres meses. Por el contrario, el pasado fin de semana el presidente de Brasil insistió en continuar con el festejo sus 65 años en compañía de sus partidarios y criticó a varios gobernadores por considerar que se exceden en las medidas contra el virus. López Obrador conmemoró el natalicio de Benito Juárez el sábado pasado en un (pequeño) acto de masas en Oaxaca. Mientras que Sebastián Piñera, en Chile, ha sido más recatado en lo individual, y declaró el “estado de catástrofe” el 18 de marzo, incluyendo el cierre de la mayoría de las escuelas. Pero por ahora, en Chile se mantienen los vuelos desde y hacia el exterior, las tiendas permanecen abiertas, así como la mayoría de los centros de congregación de personas. Por lo menos hasta el domingo 22 de marzo, Piñera se había resistido a decretar una cuarentena nacional.
Asimismo, los mandatarios de Brasil y México no aceptaron decretar inicialmente un cierre de actividades gubernamentales o de fronteras terrestres o aéreas, o de escuelas y del comercio -almacenes, restaurantes, bares, cines- a diferencia de otros. Han ido cambiando de postura. Contrastaron así con Colombia, Perú y El Salvador, por ejemplo, que cerraron sus fronteras rápidamente. Avianca, la línea aérea de Colombia, cesó operaciones internacionales esta semana y el presidente Martín Vizcarra decretó una cuarentena completa en Perú, como lo hizo también Alberto Fernández en Argentina. El sábado lo hizo Bolivia, posponiendo además las elecciones presidenciales de principios de mayo, así como en Chile se pospuso hasta octubre el referéndum del 26 de abril.
Pero poco a poco, los matices se han ido borrando. Ya sea porque los presidentes han evolucionado, porque los gobiernos estatales o municipales han tomado cartas en el asunto, porque la sociedad se le ha adelantado a los gobiernos federales o sencillamente porque, por ejemplo, si la gente no sale a la calle, los restaurantes se vacían y cierran por falta de clientes; la situación en materia de medidas de salud pública comienza emparejarse en casi todos los países de la región. Lo mismo sucede en el ámbito económico.
La hecatombe económica afecta a todos casi por igual. Países más imbricados con la economía estadounidense, como México, República Dominicana y Jamaica, o que ya se encontraban en una situación catastrófica como Venezuela, seguramente sufrirán más. Si China se recupera rápidamente, economías más vinculadas al gigante asiático, como Chile, Perú y Brasil, quizás salgan mejor libradas.
Pero todos los gobiernos se verán obligados a aplicar políticas contracíclicas y de apoyo a las personas más afectadas por el colapso económico. En países en buena medida carentes de un Estado de bienestar -por ejemplo, de un seguro contra el desempleo- y cuya población trabaja mayoritariamente en el sector informal -sin seguro médico-, va a ser indispensable inyectarle grandes cantidades de recursos a la sociedad y a las economías. Algunos, como Bukele, empezaron ya, mientras que Piñera ha adelantado un plan contracíclico de 4,7 puntos del PIB. El propio Bolsonaro aumentó el número de hogares destinatarios del programa Bolsa Familia y anunció una ayuda de US$ 4.000 millones para trabajadores informales. Solo México se ha quedado atrás por el momento, debido a una parálisis generalizada de su gobierno unipersonal.
La crisis es global, y por lo tanto, también es regional. Todos los países se verán afectados en materia de salud, y en sus economías. Sus respuestas, con el tiempo, serán parecidas, si no idénticas. Los resultados, sin embargo, variarán. Quienes no se tardaron, fueron más audaces y contaron con un aparato estatal más sólido, y una sociedad civil más organizada, saldrán mejor de este desastre. Los otros, saldrán peor.