Por fortuna, la falsa tesis del arroz cocido, tan justamente detestada por Aguilar Camín, vuelve a ser desmentida, quizás de manera un poco precipitada, por el evento de la oposición el domingo pasado en la Arena de la Ciudad de México. La organización, la logística, el lleno, el entusiasmo, el discurso de Xóchitl y la “buena vibra”, colocan de nuevo a la contienda presidencial donde siempre debió estar: competitiva, polarizada, desigual pero imprevisible.
Dicho esto, las tendencias actuales —insisto: no definitivas— inducen necesariamente a especular sobre los posibles desenlaces no deseables para muchos, y sobre sus consecuencias. Con motivo del evidente carácter de una elección de Estado de los comicios de junio, y de la agenda que el presidente López Obrador ha formulado para antes y después de las elecciones, resulta ineludible entender lo que pueda suceder en México, bajo una de las hipótesis factibles en este 2024.
En días recientes escuché de voz de Pedro Sáez Williams una idea perspicaz e inteligente, que sin duda no sólo se le ha ocurrido a él —Joaquín López Dóriga la insinúa en su columna del martes— pero que yo no había considerado. Me refiero a una de las paradojas del pejismo: la primera víctima de una posible mayoría calificada o constitucional de Morena en junio bien puede ser su candidata, Claudia Sheinbaum. Si Morena logra dos tercios de las diputaciones y senadurías en el Congreso, será una rehén más apresada que las de Gaza en manos de Hamás, por las huestes pejistas, y del propio López Obrador.
Se antoja ocioso discutir ahora si en caso de ganar, Sheinbaum rompería o se distanciaría de López Obrador, o no. Primero, tiene que ganar. Segundo, tiene que querer separarse. Pero, en tercer lugar, tiene que poder hacerlo. En varias ocasiones he descrito mis diferencias con respetados colegas de la comentocracia sobre la similitudes y diferencias de esta sucesión presidencial con las de Calles y Cárdenas en los años treinta, Echeverría y López Portillo en los años setenta, y Salinas y Zedillo en los años noventa. Creo que López Obrador cuenta con una base de masas propia —además de su popularidad, que ninguno de los anteriores disfrutó después de su salida— con independencia de la investidura. Llegó a la Presidencia con dicha base, y se irá también con ella. Contra esa base, la silla y la banda pesan menos, o muy poco. Pero si además López Obrador consolida mayorías constitucionales morenistas en ambas cámaras, gracias a su esfuerzo, a sus candidatos, a sus recursos, a su base de masas, el margen de maniobra de Sheinbaum se estrechará enormemente, la desee utilizar o no.
En efecto, si Morena alcanza ese número de escaños legislativos, Sheinbaum perderá su justificación más poderosa para alejarse del sexenio que concluye en septiembre. Ya no podrá argumentar que faltan los votos para militarizar al país, para cambiar las disposiciones constitucionales en materia de energía, del INE, de la Suprema Corte, de Banco de México, de la prisión preventiva, etc. Cada vez que le diga a López Obrador, encerrado en su finca tabasqueña, como le exclamó Ruiz Cortines a Flores Muñoz: “Perdimos, pollo”, “no están los votos”, el expresidente podrá responder: “No te hagas, allí te dejé los votos, cuéntalos bien”. Y cada vez que el ala izquierda de Morena proponga una locura u otra, en lugar de replicarles que no tiene los votos y que jamás pasará por el Congreso, los moneros y Batres de la vida le contestarán: “Tú no los tendrás, pero nosotros sí.”
No prejuzgo nada: si Sheinbaum pertenece a esa ala izquierda o no; si quiere distanciarse de AMLO o sólo les da atole con el dedo a los empresarios y a los norteamericanos, que se han vuelto todos adictos al atole pejista; ni si la mayoría de los diputados y senadores de Morena serán radicales o no; ni mucho menos que Sheinbaum vaya a ganar o conseguir la mayoría calificada. Sólo sugiero esta hipótesis: de existir el deseo o la necesidad de un deslinde, de más cambio que continuidad, será más fácil sin mayoría constitucional que con ella. No será la única contradicción de esta campaña, pero tal vez sea la más importante.