Un dolor de cabeza por los próximos cuatro años

Las consecuencias de la segunda victoria de Donald Trump para América Latina varían enormemente país por país. 

Para algunos, como Chile o Brasil, pueden ser insignificantes, o en todo caso muy parecidas a las implicaciones generadas por cualquier presidente de Estados Unidos. Para otros, pueden ser devastadoras: la revista inglesa The Economist señala que México será el país más afectado del mundo por las políticas de Trump.

Es difícil tener mucha certeza sobre cualquier vaticinio relativo a Trump por los próximos cuatro años, aún tratándose de temas sobre los cuales se ha pronunciado con énfasis en repetidas ocasiones. Pero es necesario hacer ese ejercicio.

Podemos clasificar a los países de América Latina en dos grandes categorías: aquellos cuyas agendas bilaterales con Estados Unidos incluyen asuntos migratorios, de crimen organizado y drogas, y de comercio; y aquellos que, en principio, no deberían tener desacuerdos con Trump en estos temas por la sencilla razón de que sus relaciones con Washington apenas rozan esos factores. Con una advertencia: si se intensifica la rivalidad entre Estados Unidos y China, es posible que Trump comience a exigir algún tipo de alineamiento, incluso a naciones exentas de temas espinosos en su vínculo cotidiano con el país del norte.

Entre los países menos afectados, entonces, figuran Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Paraguay y, en alguna medida, Perú y Bolivia. Las naciones que se las verán más difíciles con Trump son México, los países centroamericanos y del Caribe, Colombia y Ecuador.

El primer grupo abarca a países que interesan poco al nuevo presidente. Ninguno de ellos genera flujos migratorios significativos hacia EE.UU. Tampoco exportan sustancias ilícitas hacia el norte, y el crimen organizado —sin duda presente— carece de tentáculos en el país norteamericano. China es el principal socio comercial de la mayoría y podrían representar mercados atractivos para Washington, pero el ambiente no está como para nuevos acuerdos de libre comercio con Argentina o Brasil, por ejemplo. En pocas palabras, Trump apenas se fijará en ellos, seguramente para bien.

Cuba, Nicaragua y Venezuela constituyen un universo aparte, al igual que Argentina, por razones opuestas. Las tres dictaduras probablemente padezcan los efectos de la llegada de Trump igual o más que México. Entre otros, los venezolanos y nicaragüenses con papeles en Estados Unidos gracias al Estatus de Protección Temporal (TPS) corren el riesgo de ser deportados a sus países de origen (lo cual casi seguramente no sucederá con los cubanos, que no están amparados con esa medida). Es probable que Trump vuelva a endurecer las sanciones estadounidenses contra los gobiernos de los tres países, y en particular contra la isla, en vista de las convicciones extremas de su próximo secretario de Estado, el cubanoestadounidense Marco Rubio. Y aunque nunca se puede descartar algún tipo de arreglo con un mandatario tan transaccional como Trump, la ideología de sus principales colaboradores en materia de política exterior vuelve remota esta hipótesis. Nicolás Maduro tal vez pueda sobrevivir una nueva ofensiva estadounidense en su contra, pero Cuba enfrentará a Washington y al exilio de Miami en las peores condiciones desde del principio de la revolución. El pronóstico es impredecible. Al contrario, la Argentina de Milei puede tener suerte en su afanosa búsqueda de la enésima renegociación de su deuda, en particular con el Fondo Monetario Internacional. Trump le tiene afecto a Milei, y hará lo que pueda —ya veremos qué tanto— para respaldar a su correligionario gaucho.

Sin embargo, el drama envolverá a México, Centroamérica, Ecuador, Colombia y otras naciones del Caribe. Todas, unas más que otras, encierran la desdichada trifecta ya citada: su relación con Estados Unidos encierra el tema migratorio, el de drogas, y el comercio. Y para ningún país reviste la misma importancia que para México. Trump ha amenazado con deportar a millones de mexicanos y nacionales de otros países a México, seguir con la construcción del muro fronterizo, adoptar medidas unilaterales para combatir a los cárteles mexicanos, imponerle aranceles a productos con contenido chino procedentes de México y renegociar, más que revisar, el llamado T-MEC, firmado entre México, Estados Unidos y Canadá en 2018 precisamente en el primer mandato de Trump.

Ninguna de estas amenazas se cumplirá en su totalidad, pero todas experimentarán una materialización relativa durante los cuatro años del segundo período de Trump. Algo parecido —aunque en menor medida— sucederá con los países del Triangulo del Norte, con Panamá y República Dominicana. En el caso de México, en la medida en que los temas mencionados figuraron entre las grandes disputas de política interna durante la última campaña electoral, la intensidad del enfrentamiento puede ser mayor.

Quizás el asunto subyacente de mayor peligro para América Latina con la segunda presidencia de Donald Trump reside en la rivalidad de su país con China. Si dicha competencia llegara a convertirse en una nueva guerra fría, como ya la denominan algunos, se antoja difícil que las naciones de la región puedan mantenerse al margen del conflicto, y que Estados Unidos en particular no llegue a exigir una mayor cercanía geopolítica de parte del resto del hemisferio.

Ya lo hemos comprobado a propósito de la frialdad con la que Washington ha recibido, antes incluso de la llegada de Trump, el puerto chino de Chancay en Perú y la estación terrestre china en la Patagonia. EE.UU. ya ha presionado a Chile, México y Brasil para disuadir a sus gobiernos de adquirir tecnología china. Beijing sigue anunciando que vetará cualquier resolución en el Consejo de Seguridad que busque transformar la misión de mantenimiento de paz de Kenia keniana en Haití en una fuerza de las Naciones Unidas; es probable que Washington procure que varios países latinoamericanos llenen el vacío. A la larga, el no alineamiento latinoamericano de cualquier manera se limite a Brasil; con Trump, la diferencia yace en que el horizonte se acerque rápidamente.

Un triunfo de Kamala Harris no habría asegurado un día de fiesta para América Latina en su relación con Washington. Pero el advenimiento de la segunda era de Trump en la Casa Blanca traerá más dolores de cabeza que nunca. Harán falta muchas aspirinas.

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