Daños al erario o cómo tirar el dinero

Existen varios términos comunes y jurídicos para designar el daño que una decisión de política pública le puede causar a un país, a una sociedad, o a un Estado. No se trata de errores —por graves que sean— de optar por un camino en lugar de otro: sobrevaluar la moneda, incurrir en déficits fiscales excesivos, aplicar aranceles inútil o equivocadamente, etc. Más bien se refiere esta reflexión a yerros puntuales, con costos calculables y a la luz de objeciones previas, evitables. Por ejemplo, el tren México-Toluca: tardó doce años en construirse, sigue sin llegar a Observatorio, costó una fortuna, y no es rentable.

Los términos son daño patrimonial al Estado, daño al erario, o incluso daños a la nación, que más bien se refieren a los postes de luz o los letreros del Periférico que destruye un automovilista en un accidente. Son casos claros de gastos sin ningún sentido, sin ninguna utilidad, carentes de cualquier justificación y de cualquier retorno positivo para el país, incluso con subsidios indefinidos. Es la diferencia, por ejemplo, entre el AIFA, o Dos Bocas, que obviamente fueron errores de juicio, que perderán dinero indefinidamente, pero que allí están, como la Puerta de Alcalá.

López Obrador incurrió en muchos de estos daños, que en un país normal serían objeto de investigación, juicio, y casi seguramente condena. No poseen ningún valor redimible. Dos Bocas constituye un típico proyecto que no debió haberse realizado, cuyos recursos fiscales pueden haberse utilizado de una manera mucho más eficiente, pero al final del día, algún día, producirá gasolina. La vacuna Patria, no.

Empecemos con ese ejemplo. No tenía sentido desarrollarla; cuatro años después de la pandemia, no está disponible; nadie sabe cuánto dinero se invirtió en ella; representa un daño al erario innegable. Huelga decir que tampoco habrá rendición de cuentas. Simplemente se tiró el dinero por la ventana, al igual que con los famosos ventiladores de la exdirectora del Conahcyt. Nunca aparecieron.

El traslado de la Secretaría de Salud a Acapulco constituye otro ejemplo. Se ubica en el contexto de la supuesta descentralización de la que se ufanó López Obrador a principios de su sexenio. Prácticamente ninguna de las secretarías consumaron su traslado, salvo Salud y en parte, parece, Cultura a Tlaxcala, que supongo también se cancelará. Varios centenares de millones de pesos tirados a la basura, entre la ida y el regreso.

Con Mexicana de Aviación sucederá lo mismo. Pocas líneas aéreas en el mundo son rentables; esta se encuentra desprovista de aviones, de pasajeros, de slots en otros aeropuertos, etc. El gasto hasta ahora ha sido relativamente bajo, pero si quieren más aeronaves, slots y pasajeros, va a ser preciso desembolsar más. Mayor daño al erario.

Y luego el Tren Maya. A diferencia del AIFA, donde el gobierno pudo obligar a las empresas mexicanas a abrir vuelos, mostradores, equipos de tierra, etc., es imposible conseguir pasajeros de la misma manera. Más aún, convendría recordar que ninguna línea extranjera seria utiliza el AIFA, y sólo hay un vuelo a Houston, de Aeroméxico. Pero algo se pudo hacer por la fuerza, incluyendo la utilización forzosa para carga. En el sureste, no hay manera de subir a los turistas internacionales o a los locales, con coerción. Y una vez que se disipe la curiosidad de turistas nacionales no oriundos de la región, se secará ese aforo también. Con razón no hubo proyecto ejecutivo ni estudio de factibilidad: hubieran concluido que el esquema carecía por completo de sentido como tal. Habrá vías, vagones, locomotoras, estaciones, sándwiches desabridos, pero sin pasajeros. El costo total final pudo acercarse a los cincuenta mil millones de dólares, sin contar los estragos ambientales.

Podríamos seguir con los ejemplos, desde caminos mal hechos hasta la megafarmacia en el Estado de México, pasando por los parques industriales vacíos del Transístmico, donde hay sismos de intensidades variables, y la estación turística de las Islas Marías. En un país de elefantes blancos milenarios, no debiera sorprendernos la hazaña de la 4T: juntar en un solo sexenio un número estratosférico, incluso para estándares mexicanos. Fox tuvo su Biblioteca Vasconcelos, Calderón su barda perimetral de la no-refinería de Hidalgo y la Estela de Luz, y Peña el tren que ya mencionamos. López Obrador se aventó la suma de todos ellos, más lo que se acumule. Lástima que México no sea un país normal donde esto se pague. Sabemos que no.

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