A partir de los años sesenta del siglo pasado se produjo una transformación importante en las luchas sociales del mundo moderno. Con este último término me refiero a las grandes mayorías de los países ricos, y a las clases medias minoritarias —en pleno crecimiento— de los países pobres o emergentes. Si antes las luchas de clases bipolares —clases obreras versus burguesías— ocupaban el centro de la confrontación social y su objetivo consistía en la transformación de la sociedad —salvo en alguna medida en Estados Unidos, donde siempre se buscó ante todo la satisfacción de demandas obreras gremiales— el año de 1968 fue el hito que anunció el comienzo de otro tipo de contiendas sociales.
Grupos específicos de cada sociedad —mayores o menores— empezaron a luchar por reivindicaciones propias, que no necesariamente se lograrían a través de un cambio social de conjunto, sino más bien mediante la satisfacción de demandas puntuales. Estudiantes, minorías raciales, étnicas, religiosas o de orientación o preferencia sexual diferente, activistas del medio ambiente y principalmente mujeres entraron en escena como actores sociales definidos, con exigencias definidas, en ocasiones no sólo exclusivas sino excluyentes, sin plantear que la única solución a las mismas yacía en la revolución (“Une seule solution: la révolution”).
El cambio resultó incomprensible para muchos, sobre todo los viejos sindicatos y Partidos Comunistas, y múltiples militantes de izquierda, quienes rechazaban la eliminación de la centralidad de las luchas obreras y revolucionarias. A nadie debiera extrañarle la apreciación despectiva de López Obrador hoy a propósito del feminismo: “los potentados permitieron movimientos justos pero no centrales”. De allí viene el presidente.
Ilustración: Fabricio Vanden Broeck
La evolución fue positiva, sobre todo en vista de que la transformación cabal de la sociedad resultó ser inviable —en Europa occidental— o desastrosa —Europa del este, la URSS y Cuba (China es un caso aparte)—. Así surgieron movimientos feministas de masas, las grandes movilizaciones por los derechos civiles en Estados Unidos, por derechos estudiantiles o contra las guerras, los movimientos pro-LGBT, de defensa del medio ambiente, y muchos más, según los países. La fuerza de esta nueva configuración de las luchas sociales consistió en su diversidad, en la especificidad de sus componentes y en la concreción de sus demandas: aborto, derecho real de sufragio y contra la discriminación, mejores condiciones de estudio, freno a la contaminación, etc. La debilidad residió en la falta de comunicación o de conexión entre los movimientos: cada uno por su lado.
Lo cual nos lleva a una de las contradicciones presentes hoy en México ante las diversas políticas del gobierno actual. Ambientalistas que votaron por AMLO hoy se preguntan —o se arrepienten— cómo puede seguir una política energética troglodita; pero, por lo menos, dicen, en los demás asuntos —sociales, económicos, culturales, defensa de minorías, aborto, legalización de la marihuana, mujeres— va bien. Los grupos LGBTTTI se desconciertan ante la falta de empatía o de reformas a favor de sus reivindicaciones; pero, por lo menos, dicen, en los demás asuntos —ambientales, económicos, sociales, culturales, defensa de pueblos indígenas, aborto, legalización de la marihuana, mujeres— va bien. Los defensores de derechos indígenas no entienden la lógica del Tren Maya, contra los deseos de las organizaciones indígenas del sureste; pero, por lo menos, dicen, en lo demás va bien: programas sociales, mujeres en el gabinete, anticorrupción, defensa de la soberanía, medio ambiente. Podríamos seguir con una casi infinidad de sectores.
Y las mujeres simpatizantes de Morena se acercan a la desesperación ante Salgado, el muro, los feminicidios, la falta de empatía y el desprecio de López Obrador por sus temas y demandas (sobre todo el aborto), pero, por lo menos, dicen, en lo demás va bien: equidad, pandemia, marihuana, corrupción, democracia, economía. Es hasta cierto punto comprensible que cada sector reaccione de esta manera. La característica central de todos estos movimientos desde 1968 —y su fuerza principal— ha radicado en su naturaleza monotemática (“single issue”). Por definición, cada movimiento se encuentra lejos o aislado de los demás.
El problema reside entonces en la dificultad de sumar las distintas protestas, los diversos descontentos, sobre todo en ausencia de liderazgos claros y potentes. Es cierto que los dirigentes o pensadores de estos movimientos podrían hacerse una pregunta: si en lo mío López Obrador va mal, y las razones de sus yerros son evidentes, ¿por qué iría bien en otros frentes, donde las mismas causas debieran surtir los mismos efectos?
Por ahora, los miembros de la comentocracia afín a cada uno de estos sectores no se plantea esta interrogante. Ojalá lo haga pronto.
Ante un tozudo enfermo de poder nadie puede hacer nada; solo queda esperar que sus propios lastres lo hundan.
Es claro que el realmente tozudo es AMLO. Tras 18 años de buscar la presidencia azteca, la obtuvo. Castañeda es un académico quién surgió de una familia privilegiada, ha formado parte del gobierno mexicano, y profundiza en forma inteligente sobre los momentos actuales, al ser ellos comparados a pasajes historicos globales.