Con algunas notables excepciones como León Krauze en su artículo de hoy, buena parte de la comentocracia ha adoptado la tesis del paralelismo entre los ataques de López Obrador a Xóchitl Gálvez hoy y los de Fox a López en 2005-2006. Asumen que Fox hizo crecer a AMLO con su intento de desafuero y sus posteriores embestidas contra el candidato del PRD, y que López Obrador hoy repite el mismo error de Fox. Discrepo de este análisis de los “hechos”.
Dejo a un lado la validez de la analogía jurídica. No estoy convencido de que incurrir en un desacato a una orden de un juez sea un delito menor, ni que no fungiera como un aviso de lo que haría López Obrador cuando llegara a la presidencia. Mi desacuerdo radica en la interpretación política de lo que hizo Fox, y de los efectos políticos que surtió el desafuero. Rubén Aguilar y yo, al escribir en 2007 La diferencia, consultamos a varios encuestadores sobre la evolución de sus números antes, durante y después del desafuero. Confirmaron, detalles más, detalles menos, nuestra sospecha y la corazonada de Fox.
López Obrador iba subiendo en las encuestas, como avión. De seguir así —a principios de 2005— hubiera sido imbatible. El desafuero detuvo su ascenso, y el consiguiente estancamiento permitió que Calderón lo alcanzara —más tarde— y le ganara por 250 000 votos. Sin el desafuero, López Obrador se hubiera llevado la elección cómodamente. Los que hoy se arrepienten de haber votado por AMLO, quizás podrían reflexionar si desaforarlo por desacatar una orden judicial y así impedir su triunfo en 2006 fue una mala idea.
En todo caso, me parece que la equivalencia con la estrategia actual de López Obrador contra Xóchitl es válida, pero en el sentido opuesto al de la mayoría de los comentócratas. Al atacarla todos los días —en pleno desacato de una instrucción del INE— López Obrador busca detener el ascenso de Xóchitl antes de que sea demasiado tarde, igual que lo hizo Fox con él. Y al igual que Fox, tiene razón. Si no la para ahora, se le puede ir. No comete error táctico o estratégico alguno.
A la inversa, si las inmorales —posiblemente ilegales— pero lógicas denuncias por López Obrador de los contratos de Xóchitl con una serie de empresas privadas, logran distraerla, deprimirla, descarrilarla o hacerle perder clientes, no es imposible que se caiga. Yo no tengo idea cómo responder —nadie me ha preguntado—, pero no tengo duda de que se trata de una estrategia inteligente de parte de Morena y del gobierno. Cuando haya encuestas confiables y robustas, que nos permitan comprobar la evolución de la posible candidata del Frente Amplio antes de los embates, durante los embates y después de los embates, veremos si fue eficaz. La prueba de su eficacia consistirá en cifras que demuestren si hubo ascenso de Xóchitl —no me consta—, si la ofensiva de Palacio Nacional lo detuvo, y si después sus números se aplanaron. Como los de López Obrador en 2006. Doy por sentado que el equipo de Xóchitl dispone de un tracking diario, y que ha testeado sus posibles respuestas en grupos de enfoque.
No tengo respuesta, pero hay quienes sí debieran tener una. López Obrador divulgó los nombres de varias empresas privadas —Banca Mifel, Banco Vx+, Intercam, Samsung, Lucky Group, entre otras— que celebraron contratos con las firmas de Xóchitl. Las primeras que debieran responderle, y acusarlo penalmente, son ellas. López Obrador violó leyes de privacidad, de derechos de propiedad, de sigilo fiscal y probablemente de sigilo bancario. Huelga decir que el CCE y el CMN debiera respingar también; lo dudo.