Jorge Castañeda
La pregunta hoy no es tanto quién es responsable de los garrafales errores de los últimos días en la relación con Estados Unidos, sino qué hacer hacia adelante. Conviene dividir la reflexión en dos: lo coyuntural, y el mediano y largo plazo.
Es indispensable controlar el daño y luego repararlo. México no está en condiciones de sostener un enfrentamiento intenso y duradero con EU. Pero para arreglar las cosas, quizás se tengan que descomponer un poco. El gobierno debe trazar públicamente sus líneas rojas en materia del muro: “No al muro”, como dice Aguilar Camín; sobre el TLCAN: sí a cualquier cambio que no entrañe aprobación legislativa en Estados Unidos, no a cambios que obliguen a un nuevo proceso intolerable de aprobación en las cámaras norteamericanas, como en 1993. Y por último, “No a las deportaciones”, empoderando al máximo a nuestros connacionales para pelear paso por paso, en los tribunales, los intentos de las autoridades estadounidenses para repatriarlos por la fuerza.
Asimismo, debemos volver explícito, mediante medidas públicas, nuestro disgusto ante el comportamiento de Trump estos días. Suspender las comunicaciones con los sectores de seguridad, policíacos y militares de EU en México; limitar la cooperación con ellos; expulsar, como lo empezó a hacer Salinas en 1992 ante el secuestro de Álvarez Machaín, a una parte de los agentes de la DEA o de ICE en México; revisar los protocolos antiterroristas y de visas a nacionales de países terceros: estas son algunas de las manifestaciones de disgusto a las que pudiéramos recurrir.
¿Son peligrosas, arriesgadas y controvertidas? Por supuesto. ¿Sería preferible el status quo? Desde luego. ¿Existen opciones intermedias? No las veo. Para la coyuntura actual, no vamos a salir bien librados si no subimos la puja, para luego volver a la mesa de negociación.
Eso debe ocurrir dentro de algún tiempo. No están preparados aún los equipos de la nueva administración en Washington. La oposición a Trump no se ha organizado. El inevitable desgaste de cualquier gobierno no ha comenzado. Y no se han abierto todavía los múltiples flancos que el magnate ha empezado a descubrir. Mejor llegar a la negociación más adelante, sin prisas.
Cuando lleguemos, es preciso hacerlo con un esquema más realista de la relación con los vecinos. En estos casi 25 años de TLCAN, sin que nos beneficiara tanto como se esperaba y se prometió, hemos acumulado un superávit comercial enorme en relación a nuestra economía, se han ido una enorme cantidad de mexicanos a EU en proporción a nuestra población, y un número considerable de empleos (no tanto como a China) se han desplazado de EU a México. No era sostenible, y se nos acabó el veinte.
La otra gran pregunta es si las prisas de Peña y de Videgaray tienen que ver con el calendario sucesorio. Yo creo que sí. De no ser el caso, Peña Nieto debiera decirlo, con pelos y señales: fulano y mengano no serán los candidatos del PRI a la presidencia. Sólo sus “palabras mayores” cuentan. Y mientras no queden fuera los involucrados en la negociación, tendrán prisa. Asimismo, mientras se insista en amarrar todo antes de que empiece la campaña presidencial de 2018 (digamos, dentro de 8 o 9 meses), habrá prisa. Punto.