Jorge G. Castañeda
Hace unas semanas en este espacio y en otros comentarios, dentro y fuera de México, procuré explicar uno de los dilemas de la nueva política migratoria del gobierno de López Obrador en la frontera norte. Expliqué que los centroamericanos de hoy, y en particular los hondureños, no aspiraban a permanecer cerca de la frontera de México con Guatemala –como sus predecesores “chapines” en los años 80. Desean dirigirse a Estados Unidos, porque tienen familia allá, porque huyen en parte por circunstancias económicas adversas, y porque les aterra la perspectiva de verse hacinados en México.
Subrayé que, por consiguiente, aunque se les dejara llegar hasta la frontera norte, con visas humanitarias y/o permisos de trabajo, su anhelo consiste en cruzar a Estados Unidos. Buscan lograrlo solicitando asilo en puntos de ingreso autorizados; por vías no autorizadas, pero que de igual modo les permiten pedir asilo; o de plano adentrarse al interior o norte de Estados Unidos, sin preocuparse por el asilo.
Por lo tanto, argumentaba, no iba a ser sencillo resguardarlos en los albergues de Tijuana o de otras ciudades fronterizas. Menos lo sería cuando entraran a Estados Unidos, solicitaran asilo, y después fueran devueltos a México para esperar su audiencia. Concluí que iba a resultar necesario retenerlos por la fuerza en centros de detención mexicanos, impidiendo su salida con alambre de púas, torretas, guardias armados, etc. En buen alemán, campos de concentración. ¡Qué exageración!
Transcribo a continuación el reportaje del diario Reforma, desde Piedras Negras, el viernes 8 de febrero, página 12: “Desde su llegada a esta ciudad fronteriza los cerca de 1,850 migrantes de la caravana permanecen dentro de las instalaciones de la exmaquiladora Macesa y sus salidas son controladas. Los centroamericanos cuentan en el albergue con servicios de agua potable, baños, regaderas con agua caliente, internet gratuito, tres comidas diarias, y un área común para deambular durante el día. Sin embargo, deben permanecer dentro de un perímetro delimitado por una barda de malla ciclónica con alambre de púas en la parte superior. Los migrantes son vigilados por militares y policías federales, quienes se mantienen de pie frente a la barda con equipos antimotines. Algunos centroamericanos obtienen permisos para salir a las cercanías de la exmaquiladora y comprar dulces, frituras, refrescos o cigarros… En grupos pequeños, agentes de Fuerza Coahuila, quienes resguardan la valla dentro del albergue, permiten salir a los migrantes que ya consiguieron su permiso del Instituto Nacional de Migración. Quienes no cuentan aún con el documento deben pedir un permiso especial. Personal del INM, a bordo de una camioneta del instituto, los llevan a realizar trámites bancarios o a realizar compras en la ciudad.” Los comentarios sobran.
Desde hace unos días, circulan versiones en las redes sociales, incluyendo videos de agentes del INM en la frontera sur, que el programa de entrega de visas humanitarias concluyó. La furia del gobierno de Estados Unidos al respecto sería una de las razones por las cuales se haya clausurado, junto con la conciencia que cobraron las autoridades mexicanas de que el universo de candidatos potenciales a la visa humanitaria era prácticamente infinito.
De modo que los hondureños que sigan llegando a la frontera norte, con o sin papeles mexicanos, permanecerán en los “albergues” de Piedras Negras u otros cruces fronterizos. Y no podrán salir de ellos sin documentos, cuya entrega ya se suspendió, aunque el gobierno lo calle. ¿A qué se parecen los albergues?