Nieve de limón Jorge G. Castañeda21 May. 08 La Iniciativa Mérida como compromiso norteamericano con la guerra mexicana contra el narco podría haber sido una buena idea… si se hubiera llamado Plan México, aspirando a ser nuestra versión del Plan Colombia. Pero el mismo minimalismo del gobierno de Calderón en otros ámbitos le impidió pensar en grande en esta materia, y lo condujo al peor de ambos mundos. Trataré de explicar la lógica de esta afirmación tan políticamente incorrecta.El Plan Colombia, producto del empeño de dos presidentes colombianos (Pastrana y Uribe) y sus cancilleres y ministros de Defensa (Fernández, Barco, Araújo, Pardo, Ramírez, Santos), y de dos presidentes estadounidenses (Clinton y Bush) y sus secretarios de Estado y Defensa (Albright, Powell, Rice, Cohen, Rumsfeld, Gates), fue una apuesta audaz y peligrosa: Estados Unidos transformaría a un ejército y a una policía colombianos impotentes frente al narco, guerrillas y paramilitares, en fuerzas capaces que con el tiempo, mucho dinero, un costo político interno elevado, un oprobio internacional inevitable y una asociación íntima e injerencista con Estados Unidos, pudieran derrotar a lo invicto: la guerrilla sería reducida a su mínima expresión, los cárteles colombianos se trasladarían a otras latitudes o serían desplazados, y los paras se entregarían a cambio de concesiones onerosas, pero eficaces. No fue necesariamente una buena idea, pero fue una idea ambiciosa, cara y arriesgada en todos los sentidos.A casi 10 años parece haber funcionado: hoy Colombia sigue produciendo cocaína, pero menos, y sus cárteles no pintan en el mapa; las FARC y el ELN no han desaparecido, pero se encuentran muy golpeados y parecen en vías de extinción; los paras, con o sin vínculos con el gobierno, han sido desmantelados, extraditados o indultados. El costo ha sido enorme, pero el beneficio también. Además Uribe es el Presidente más popular de América Latina y de la historia de su país.México optó por seguir el camino de Colombia… un tantito. Cuando el presidente electo Calderón tomó la decisión de la guerra contra el narco sin duda preguntó con qué recursos -humanos y materiales- contaba. La respuesta, ambigua o explícita, fue: México no dispone ni de policía ni de Fuerzas Armadas para un esfuerzo así. La primera no existe y las segundas hacen muy bien su trabajo, pero para poder hacer una faena de otra índole requieren transformarse. Se puede, pero toma tiempo, cuesta mucho dinero e implica romper con una tradición de varios decenios. Un Plan México hubiera logrado este propósito pero con tiempo, dinero y abdicando de ciertas tradiciones. De nuevo, no era necesariamente una buena idea, pero encerraba el mérito de la consonancia entre fines y medios: a grandes fines, grandes medios.La Iniciativa Mérida rápidamente demostró ser lo contrario: pequeños medios para pequeños fines. No pudo haber grandes sumas porque implicaban desembolsos de la Defensa de Estados Unidos a la Sedena mexicana, incluyendo partidas para entrenamiento y supervisión de uso de equipo con presencia norteamericana en suelo mexicano. No pudo haber un programa de largo plazo porque se tardó demasiado en montarlo y porque entrañaba condiciones de derechos humanos y de filtros de reclutamiento (en vista del precedente de los Zetas) intervencionistas y públicos. Y no pudo haber un ambicioso programa de entrenamiento porque, para ser costeable y eficaz, debía realizarse en territorio mexicano, por entrenadores americanos: inadmisible de entrada.El Plan México imposible -aunque desde la perspectiva de una guerra sin cuartel y de máxima prioridad, tal vez deseable- se transformó, como las reformas fiscal y energética, en su remedo: la Iniciativa Mérida posible. Y ésta, al igual que las otras, empezó a ser carcomida -como el pez de El viejo y el mar de Hemingway- por el Congreso, esta vez el de Estados Unidos. Arrancó con mil 500 millones de dólares durante tres años, con Blackhawks y sin grandes restricciones de uso o supervisión, y terminará en alrededor de 350 millones por un año, sin helicópteros y con un enorme caudal (comprensible) de condiciones de derechos humanos, reformas policiacas, militares y judiciales, y con un proceso de certificación análogo al que existía antes, y del que ya nos habíamos deshecho. A cambio, México obtiene el triste consuelo del compromiso simbólico de responsabilidad compartida: supuestamente Estados Unidos va a incrementar sus esfuerzos en la reducción del consumo de drogas y el combate al financiamiento y armamento del narco dentro de sus fronteras. Y además nuestra nieve de limón.