Otra oportunidad Jorge G. Castañeda10 Dic. 08 Conforme pasan los días, la magnitud de la crisis en Estados Unidos, Europa, China y América Latina se hace más evidente. Estimaciones prevén un decrecimiento de la economía norteamericana de 5 por ciento (probablemente una exageración) y una reducción en la tasa de expansión económica china de 11 a 6 por ciento para 2009. Proliferan noticias de despidos en empresas y sectores en el mundo entero, incluyendo zonas que se pensaban al margen. Esto afecta también a México: no podemos por un lado vanagloriarnos de contar con una economía abierta al mundo, y por otro hacernos la ilusión de que lo que pasa en el mundo no nos atañe.Pero la incidencia no va a ser la misma que en otras ocasiones, ya que hay diferencias importantes con las crisis de 1976, 1982, 1987 y 1995. Siendo esquemáticos, podemos afirmar que con la excepción de 1982, cuyo origen tal vez estuvo en la recesión de Estados Unidos del 80-81, y del alza de las tasas internacionales de interés generada por el apretón de Paul Volcker (insisto: en el origen, ya que nosotros nos encargamos, ahí sí, de transformar un catarro en una pulmonía fulminante), estas crisis han empezado en México. De ahí se deriva una particularidad actual que ha señalado Santiago Levy, cuya argumentación trataré de reproducir fielmente. Huelga decir que si lo explico mal, es responsabilidad mía y no del economista en jefe del BID.Al surgir dichas crisis del funcionamiento interno de la economía mexicana, todas ellas encerraron una característica constante. O provocaron, o fueron provocadas por, brotes inflacionarios muy significativos, llegando en momentos determinados cerca de la hiperinflación en algunos meses (1982, 1995). Este rasgo que sin duda constituyó una tragedia para la inmensa mayoría de los mexicanos, reduciendo poder de compra, nivel de vida y patrimonios, facilitó sin embargo el ajuste ante la crisis. En lugar de que la caída brutal de la actividad económica (hasta menos 6 por ciento en 1995) fuera absorbida únicamente por los niveles de empleo, la inflación dio lugar a que parte de la carga se fuera sobre el salario real de los trabajadores. Los empleadores en México, ante el descenso draconiano de la demanda, pudieron dosificar su reacción, y repartirla entre recortar los salarios reales de sus empleados (castigándolos sin duda pero de alguna manera se resiente menos y se tolera más fácilmente) o despidiéndolos, siempre un reto en México por la elevada carga de las liquidaciones y la inexistencia del seguro contra el desempleo. A los trabajadores asalariados probablemente les iba peor que al resto de la sociedad mexicana, pero a la sociedad mexicana quizás le iba mejor con el reparto de la carga entre una caída relativa del salario real y una caída relativa del empleo.Pero en esta ocasión, según Levy, el estallido inflacionario, como la guerra de Troya de Jean Giraudoux, no tendrá lugar. Aunque el Banco de México ya ha advertido que las alzas de precios de diciembre y enero superarán sus pronósticos anteriores, y todos los analistas coinciden en que las metas para el 2009 difícilmente se lograrán, no parece haber un auténtico disparo inflacionario en el horizonte. La gente, de acuerdo con algunas encuestas, piensa que sí; y quizás en algunos rubros tenga razón. Pero el peligro que acecha a la economía mundial, y por tanto a la mexicana, a pesar de las devaluaciones habidas y por haber en estos meses, es más bien la deflación o lo que ahora en términos eufemísticos se ha dado en llamar la desinflación. Esto, de confirmarse, provocaría que la opción de reducir el ingreso real de los trabajadores asalariados como instrumento de absorción del ajuste económico no será factible. Y ello a su vez entrañará una consecuencia funesta: toda la carga del receso económico se irá sobre el empleo, a pesar del alto costo de las liquidaciones y de la ausencia de una red social de protección para quienes pierden su trabajo.Hasta donde entiendo el razonamiento de Levy, no se trata de que en el pasado el desempleo no hubiera existido. Se ha dicho en varias ocasiones, en 1985, fueron echados a la calle entre 600 mil y un millón de empleados en México. Pero en esta ocasión puede ser mucho peor, ya que el otro factor mencionado no estará presente, la tradicional válvula de escape a Estados Unidos tampoco funcionará como de costumbre, e incluso quizás haya que lidiar con el regreso de algunos compatriotas actualmente empleados en ese país (aunque probablemente se esté exagerando el número real de flujo de retorno).De acuerdo con algunas fuentes, el número de asegurados por el Seguro Social ya cayó en noviembre. Algunas consultorías económicas ya vaticinan una caída del PIB en 2009 entre 1 y 2 por ciento. Nada de esto es atribuible, por supuesto, al gobierno actual; y tampoco se le puede reclamar el que otros gobiernos anteriores se hayan abstenido de crear esa red social de protección que tanto necesita México. En cambio sí podría aprovechar la crisis y la coyuntura el presidente Calderón, justamente para proponerse la creación de una red social de derechos exigibles, como ya lo ha propuesto Levy en un libro recién publicado, para todos los mexicanos: un sistema universal de seguro médico, pensión, y seguro contra el desempleo, independientemente de que el trabajador sea del sector formal o informal, sea rico o pobre, o que esté inscrito en el Seguro Social, en el ISSSTE, en el Seguro Popular o en Oportunidades. El momento de lanzar grandes iniciativas económicas o sociales que contribuyen verdaderamente al avance del país, suele ser un momento malo; cuando todo va bien, no parece que vale la pena arreglar lo que no está roto. Quizás, justamente, lo que hay que hacer es lanzar este tipo de iniciativa en este tipo de situación.