La agenda liberal

La serie de propuestas enhebradas que delinearon Héctor Aguilar Camín y Jorge G. Castañeda en su artículo de Nexos “Un futuro para México” merece ser discutida. Por su carácter propositivo, por sus elementos provocadores y porque es necesario que en el país se debata sobre las cosas relevantes (y por eso, en esta ocasión me salto la oportunidad de especular sobre la suerte de Juanito y Clara Brugada).De entrada, me parece que, con todo y su sensatez, el proyecto de Castañeda-Aguilar Camín se nutre de un concepto caro al historiador quintanarroense: México es un país en el que una elite moderna ha jalado, en contra de su voluntad, a unas mayorías tradicionalistas y reacias al cambio.Con esa lógica, los autores llaman a apadrinar su proyecto de modernidad liberal a “las clases medias” que están en la base de la evolución y el progreso del país, y que en los últimos años se han sentido entre la espada y la pared, tanto a la hora de elegir presidente como a la de pagar impuestos. Expresan con bastante claridad el triste dilema electoral al que se han visto forzados los miembros de estos sectores: apostar por el “menos peor” en sendos referendos, tras campañas de superpromesas realizadas a golpe de mercadotecnia.Si bien es cierto que en estas “clases medias” ha estado el fiel de la balanza en dos elecciones sucesivas y sumamente competidas, vale la pena preguntarse si ese carácter —y el autodefinido carácter de “modernas” y “progresistas”— es suficiente como para imponer al resto “atrasado” del país una agenda como la que manejan Castañeda y Aguilar Camín. Digo esto porque la propuesta parece provenir de una iluminación que, como todo lo humano, es perfectible, pero no por ello deja de ser iluminada. Detrás del proyecto liberal no se alberga la idea de un pacto social. No se definen con claridad las tareas de cada quien (organizaciones sociales, empresas, gobierno federal, gobiernos locales, grupos populares) y mucho menos hay un acuerdo base sobre la distribución del ingreso. Se supone que el mercado, despojado de sus distorsiones monopólicas, hará el trabajo. Me permito dudarlo. Para imponer una agenda liberal en México es necesario hacer “política, mucha política… y más moderna”, para citar a un clásico convertido en villano favorito.Aguilar y Castañeda parten de un diagnóstico del país no sólo acertado, sino también bien escrito, aunque muy general. Entienden algo que ni los conservadores en el poder ni los populistas que estuvieron a punto de acceder a él han comprendido, por mucho que Slim se los recalque: no basta con tener buenos programas para combatir la pobreza; es necesario crear un ciclo largo de prosperidad. Y esto sólo se puede lograr liberando espacios para la competencia y liberando recursos para que el Estado pueda asumir su papel a cabalidad. Respecto a lo primero, llaman a la reconquista de las zonas que han sido acaparadas por el gobierno, los sindicatos y los monopolios. Es un problema político mayúsculo, porque ahí –junto con los partidos, contra los cuales también se lanzan– se asientan todas las sedes del poder real de este país. No se entiende cuál coalición podrá hacer frente contemporáneamente a todos esos grupos (¿Acaso será la Coalición de la Inteligencia?), porque, hay que señalarlo, en el asunto hacen tabla rasa y no dejan títere con cabeza. Tampoco se especifica —bueno, ya sabemos que la táctica procede a la estrategia— el orden en que serán combatidos estos monopolios (y tal vez ahí radique la diferencia con los conservadores).En lo segundo, dicen una dolorosa verdad de a kilo cuando señalan que, con los niveles de informalidad de nuestra economía, no puede haber un régimen fiscal efectivo sin un impuesto generalizado al consumo. El problema es que no van mucho más lejos y, aunque no limitan la reforma hacendaria a lo tributario (con la idea de recursos etiquetados), no redefinen los objetivos nacionales de desarrollo (eso se lo dejan al mercado) ni atacan problemas clave como el sistema de pensiones o el seguro de desempleo.Hay dos puntos particularmente debatibles. Uno es el énfasis puesto a la relación con Estados Unidos. Por supuesto que el país del norte es mucho más importante para México que América Latina; la pregunta es si es posible tener una relación de cierta equidad privilegiando los lazos de tal manera. Ellos nos interesan más a nosotros que nosotros a ellos. Vemos a los Estados Unidos de una manera más objetiva de lo que ellos nos ven a nosotros. Sin embargo, dadas las asimetrías, son ellos los que determinan la agenda. Son los dueños de la enchilada. La progresiva fusión de la que hablan Castañeda y Aguilar Camín parece ser un hecho inexorable. La pregunta es si debemos apurarla, o si debemos encontrar —en el propio país y en otras naciones— los contrapesos necesarios para que sea menos desigual, menos socialmente dolorosa.El otro punto es la idea de educación para el trabajo, que parece subyacer en el texto, y provenir de un manual empresarial de los años ochenta. Soy de los que creen que los “saberes irrelevantes” —por usar la frase de Javier Marías— son fundamentales en la formación de las personas; que una nación requiere para su desarrollo individuos integrales, capaces de trabajar, sí, pero sobre todo capaces de razonar, de tomar decisiones, de crear. Finalmente, está la parte de reforma política, clave para el entramado. Muchas de las ideas que plantean —reelección, “leyes relámpago”, referendo, candidaturas independientes— han sido expresadas por parte de la clase política (recientemente, por el mismo presidente Calderón) y son totalmente compartibles. Otras, como la disminución de diputados plurinominales, parecen más bien un guiño a la moda. Y una más, la redefinición de un Ministerio del Interior y de la Secretaría de Gobernación, merece un estudio a fondo, porque posiblemente ayudaría a solucionar más de un problema causado por la existencia paradójica de poderes piramidales pero paralelos. El caso es que, con el texto de Castañeda y Aguilar Camín, tenemos un primer esbozo de agenda liberal para el país. Ya un grupo de intelectuales, apadrinados por el rector Narro y por Cuauhtémoc Cárdenas, había presentado un esbozo de agenda socialdemócrata, con el documento “México frente a la crisis: hacia un nuevo curso de desarrollo”. Estas dos agendas son las que deberían estar en el centro de las discusiones en el país, ante la ausencia de opciones presentadas tanto por los conservadores como por los populistas (y ante la espera de una agenda, quién sabe qué tan oportunista, de parte de los antiguos representantes del nacionalismo revolucionario).

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