La clase política mexicana adora las "políticas de Estado". No hay político nacional que se respete que no recurra a la eterna muletilla para describir así lo que propone para resolver cualquier problema. Junto con estribillos igualmente desprovistos de contenido como "hasta las últimas consecuencias" o "un cambio de fondo", se trata del recurso fácil por incapacidad o ignorancia, para evitar cualquier toma de posición.La "política de Estado" casi siempre encubre dos deseos inconfesables. El primero es perpetuar en el tiempo mi política: una "política exterior de Estado" significa mantener la del PRI de siempre; una "política educativa de Estado" quiere decir, nada, por supuesto, pero también que se mantenga la que a mí me gusta, con o sin alternancia. Así, el primer sentido del término política de Estado consiste en tratar de burlar la alternancia. El otro, más nocivo, reside en darle a la política del gobierno de turno el respaldo o cobertura de los demás poderes: fácticos, estatales, partidistas, municipales, legislativos, judiciales. Si el primer sentido se da en el tiempo, el segundo se da en el espacio.Cuando Calderón y Gómez Mont piden una política de Estado de seguridad y convocan a un diálogo para ello, en realidad mandan dos mensajes. El primero, el más importante, está dirigido al PRI, al PRD, a los gobernadores, diputados y senadores, a los empresarios e intelectuales, para que cierren filas en torno al gobierno. El segundo, va con dedicatoria a Estados Unidos: que cualquiera que gane la elección del 2012 seguirá con la guerra "hasta las últimas consecuencias".La confusión aflora cuando tratamos de entender si se busca el apoyo y transexenalidad para su política actual o para otra. Si lo que busca es que quienes no lo han respaldado -a su ver- hasta ahora comiencen a hacerlo, el llamado fracasará. Es evidente que la actual estrategia no funciona. Ahora bien, si se trata de buscar apoyos para cambiar de política y encontrar esa alternativa perdida que el gobierno repite incansablemente que no existe, entonces las cosas pueden tener un cariz distinto. Pero hay maneras más sencillas de lograr el mismo propósito.Tradicionalmente, cuando un gobierno quiere cambiar de rumbo y sabe a dónde quiere ir pero no quiere ser el único responsable de la mutación, o porque no sabe y pide ayuda para descubrir el nuevo camino; entonces forma una comisión de expertos o notables -en inglés "blue ribbon". A veces sirven para no hacer nada. Pero a veces hacen mucho. Las más famosas: la de Lord Beveridge, en 1948 en Inglaterra, que creó la seguridad social; la de Earl Warren en Estados Unidos, en 1963, que investigó el asesinato de Kennedy; la de Kissinger y Reagan en 1984 para cambiar la política hacia Centroamérica; las de Sarkozy, encargadas a dos socialistas, Attali para el crecimiento económico y Vedrine sobre política exterior.Calderón podría nombrar una comisión integrada por ex secretarios de la Defensa y Marina, ex procuradores de la República, ex jefes de inteligencia, ex gobernadores o gobernadores en funciones, empresarios, intelectuales. Que tenga acceso a los recursos humanos y financieros, asesorías, a toda la información, a todos los contactos y todos los accesos. Al término de seis meses, digamos, presentaría una o dos alternativas a la estrategia actual. Gente con una reputación intachable, experiencia real, sentido de Estado incuestionable y disposición para trabajar juntos y con el Estado para encontrar la piedra filosofal.No es ciencia oculta y se hace todo el tiempo en muchos países. El resultado puede variar: a) el panel alza las manos en desesperación y confiesa que no hay alternativa; b) formula la que Calderón quiere pero que no puede externalizar; o c) sugiere otras opciones sólidas. En todos los casos, Calderón sale ganando. Y sobre todo, podemos evitar otra ronda de llamados intrascendentes a "una política de Estado". www.jorgecastaneda.org; jorgegcastaneda@gmail.com