Este viernes 31 de diciembre, concluye el bienio de México como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. Fue la cuarta vez desde 1945: la primera fue de medio periodo en 1946, la segunda en 1980-1981, la tercera 2002-2003, y ahora 2009-2010 que resultó de una decisión tomada por Luis Ernesto Derbez en Relaciones Exteriores, adoptada por Vicente Fox en 2005, ratificada por Felipe Calderón en 2007.¿Qué pasó en estos dos años? Nada. Es decir, exactamente lo que debe suceder. No se acabó el mundo, no entregamos la soberanía a Estados Unidos, tampoco les declaramos la guerra; el embajador Claude Heller no fue sometido a juicio político en el Congreso mexicano por vendepatrias. México desempeñó un papel constructivo durante el bienio; manejó bien el altercado entre las Coreas, asociándose a una resolución unánime de condena a Corea del Norte; y apoyó la declaración del presidente del Consejo de una prolongación y un fortalecimiento de sanciones contra Irán por su programa de enriquecimiento de uranio. Nadie armó gran escándalo en México por estos votos, que eran evidentemente los correctos. Los demás países miembros del Consejo en estos dos años, tanto permanentes como rotativos, comprobaron el trabajo profesional, sensato y racional de México. No pasó nada alarmante, pero sí sucedió algo muy importante en la política exterior de México. Nuestra presencia en el Consejo se volvió parte de la normalidad diplomática del país: como pertenecer a la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra (ahora Consejo), al Consejo Económico y Social, o a otras instancias por el estilo. Atrás quedaron los miedos sin fundamento, supuestamente atribuidos al Servicio Exterior Mexicano, pero en realidad sólo a Manuel Tello (Q.E.P.D.), que en cuatro ocasiones trató de impedir la entrada de México al Consejo, fracasando en tres, y logrando su objetivo en una. Tanto mi padre, como Alfonso García Robles y Luis Padilla Nervo siempre fueron partidarios de que México participara de manera regular en el Consejo; y el Servicio Exterior está compuesto por hombres y mujeres que, afortunadamente, no tienen opiniones unánimes sobre éste y otros temas. Manuel Tello tuvo la oportunidad por lo menos en dos casos, con López Portillo y con Fox, de plantear su opinión al Presidente, en contra de la de sus cancilleres. Fue escuchado, pero no atendido.México pasa ahora a ser un país latinoamericano como los demás, cosa que debería de complacer a nuestros latinoamericanistas trasnochados. Volveremos al Consejo dentro de unos seis o siete años, aun si no hay reforma al mismo, y con más razón si se consumara. Tal vez, en esa ocasión sí se produzca una crisis, como no pasó ahora, ni en 1980-1981, pero sí en 2002-2003, con la intervención americana en Iraq. Y tal vez cuando esto suceda México se oponga a la postura de Estados Unidos, o la apoye, según los méritos intrínsecos del caso. Pero no se jugará la historia de México, ni el alma de la patria en la decisión: ni los costos ni los beneficios serán del otro mundo. México será, por fin, como Brasil, Chile, Argentina, Uruguay, Costa Rica, Colombia, es decir, un país que cumple con sus obligaciones internacionales comunes y corrientes. Es un gran paso adelante. Tuve la oportunidad de contribuir a ello. En 1979, cuando siendo mi padre secretario de Relaciones Exteriores apoyé su decisión de entrar al Consejo y de convencer a López Portillo; y en 2000, al persuadir a Fox de lo mismo, lanzando la candidatura en el 2001, y juntando los votos necesarios para derrotar a República Dominicana, cuyo Presidente de entonces se molestó con nosotros, pero cuyo Presidente de ahora nos guiñó el ojo.Las buenas ideas sí sirven, cuando se lucha por ellas, y ésta es una de ellas. Falta ahora convencer a algún Presidente, algún día, de que la participación de México en operaciones de mantenimiento de la paz es bueno para las Fuerzas Armadas mexicanas, para México, para América Latina y para la ONU. www.jorgecastaneda.org; jorgegcastaneda@gmail.com