No sé si el PRI ya ha conceptualizado su estrategia electoral para el 2012; si es el caso, obviamente no la sé; pero ello no obsta para que intente adivinarla. Con la reserva de que, como hubiera dicho el viejo Althusser, lo que sigue sea la "teoría de su práctica teórica" no elaborada; o como Monsieur Jourdain, el Bourgeois gentilhomme de Molière, los priistas estén escribiendo prosa sin saberlo, me explico.Primero buscarán ganar lo que, con Juan Molinar, podríamos llamar la batalla cultural o de hegemonía: plantear al país y convencerlo de que los 12 años de gobiernos panistas han sido una catástrofe. Cada vez más pobres, desolación, corrupción, violencia, inseguridad, desigualdad, depresión colectiva: es el miserabilismo proverbial propio del nacionalismo revolucionario que viene como anillo al dedo al viejo PRI (el único que existe) y a la izquierda.En este intento contará con todo el apoyo del Peje, del PRD y del resto de la cavernícola izquierda mexicana: para todos ellos estos 12 años (y por cierto, los de Zedillo también) no han sido más que una sucesión de siniestros: destrucción, miseria, abandono.Ganada en principio esta batalla, el PRI se dará la media vuelta, repudiará a su aliado cultural de izquierda para recurrir a la probada táctica del voto útil. Le preguntará al país quién está mejor situado para poner término al decenio de la debacle: ¿el PRI, que "sabe cómo hacerlo"; o el PRD, el partido del alboroto, de los pleitos intestinos y de la incompetencia? Obviamente el primero, y por tanto si un ciudadano no quiere que siga el desastre del PAN ni quiere tirar su voto a la basura, debe sufragar a favor del PRI. En una palabra, se trata de convertir la elección del 2012 en un referéndum sobre la continuidad del PAN.Además de ser tramposa y mentirosa, esta estrategia, en mi opinión, puede ser fácilmente derrotada. Con una condición: que el PAN, sus aliados, el gobierno y sus simpatizantes le demuestren a la ciudadanía que, tal y como lo revelan las cifras del Censo de 2010, los últimos años de Zedillo, los de Fox y los de Calderón han arrojado muy buenas cuentas en materia de combate a la pobreza, de vivienda, de salud, de reducción de la desigualdad, e incluso de educación (lo menos). Se trata de apostar a que el carácter aspiracional del pueblo mexicano es mucho más fuerte que la denuncia miserabilista. En otras palabras, hay que convertir la elección del 2012 en un referéndum entre el regreso al pasado, a las crisis recurrentes de 1976, 1982, 1987, 1994-95; o la promesa del futuro, programa incluido, que se puede construir a partir de lo logrado en estos 15 años.Una lucha entre el miserabilismo y la vocación aspiracional es contraponer una visión de futuro, que descansa en los logros reales de estos años, con la sucesión de crisis y descalabros de antes. Para ello se necesitan tres cosas. Primero, cacarear el huevo, y el huevo no es sólo de Calderón: es de Zedillo y también de Fox. Segundo, bajarle decibeles a lo que no funciona: la guerra al narco (que ya nos llevó en 2010 a índices de homicidios dolosos superiores a Brasil).Tercero, subrayar que el PRI no "sabe cómo hacerlo" por una sencilla razón: jamás, con la excepción del periodo 1997-2000 "lo ha hecho". El PRI nunca ha gobernando en México en democracia. Sabe cómo se hacía antes: a golpes, billetazos, marrullerías, a huevo. Lidiar con un Congreso de oposición, con una prensa libre, con activistas de derechos humanos internacionales y WikiLeaks, con una sociedad civil más organizada y con gobernadores de otros partidos no es lo suyo. Y romper con el pasado menos, como resulta evidente con los actos de Querétaro y Pachuca; y con la resistencia virulenta al intento modernizador de Beltrones contra el tabú del IVA. El PRI de ayer es el único que hay. Existen, por supuesto, priistas jóvenes y modernos (los ha habido siempre). Pero los ahoga la marea pasada: la cargada en marcha.