In Memoriam Jorge Díaz Serrano: amigo y colega de mis padres, amigo y mentor mío, y, a mi buen entender, mexicano inocente injustamente encarcelado durante 5 años.Los pros y contras de la reforma política aprobada por el Senado, y cuyo destino ahora se encuentra en manos de Enrique Peña Nieto, han sido largamente debatidos. Senadores y diputados, académicos, políticos, comentócratas y demás chismosos hemos discutido hasta la saciedad, desde hace años, las virtudes y los inconvenientes de cada una de las medidas incluidas en la minuta que la Cámara alta envió a los diputados. No se necesita más tiempo para debatir todo esto: se ha hecho ad nauseam. Como mi postura ha sido expuesta, por lo menos desde el 2004, en muchísimas ocasiones, no tiene sentido repetirla; a los lectores que quisieran conocerla, me permito referirlos tanto al desplegado "No a la Generación del No" que promovimos Héctor Aguilar Camín, Federico Reyes Heroles y yo hace poco más de un año, como a los libros Un futuro para México y Regreso al Futuro que he escrito con el propio Aguilar Camín. Pero sí quisiera agregar dos consideraciones a lo que he dicho en incontables oportunidades.En primer lugar, creo que la reforma debe aprobarse ahora para que rija en las elecciones de 2012 por una razón fundamental: su aprobación ahora, y para que valga ahora, mandaría un mensaje a la comunidad internacional y a los mercados de que en México sí se pueden hacer las cosas. Ciertamente tarde; ciertamente de manera incompleta; ciertamente no todo lo que se tiene que hacer en muchos otros ámbitos; pero mostrar que algo sí se puede hacer. Cuando recordamos que desde 1997 no se ha logrado ningún cambio de fondo del régimen político institucional del país, y que tampoco se han realizado reformas económicas o sociales de gran calado, el mero hecho de que por fin se alcanzara un acuerdo entre las fuerzas políticas, en algo tan importante como el andamiaje institucional del país, demostraría al mundo que México no es sólo un país de decapitados y de balazos. No es una razón menor para que la reforma política salga adelante como ya salió, casi por unanimidad, en el Senado.Pero también creo que se puede argumentar a favor de la reforma por su viabilidad política. Ante quienes dicen que es imposible sacarla a tiempo, y que Enrique Peña Nieto ni la quiere ni le conviene (o sea, ni la ve ni la oye), me parece que hay una respuesta muy concreta. Existen buenas razones para pensar que aunque Peña Nieto se ha manifestado varias veces en contra de la reelección y que alberga serias dudas sobre las candidaturas independientes, el referéndum y demás elementos de la reforma, también es posible que a cambio de la incorporación de lo que más le importa pueda aceptar cambios que no le gustan, pero que son tolerables.En lo que más ha insistido Peña Nieto es algo que por mi parte siempre he apoyado, y que me parece indispensable: fomentar la generación de mayorías en la Cámara de Diputados y en el Senado, o por lo menos en la primera. No comparto su idea de restablecer la llamada cláusula o candado de gobernabilidad ni en 35% ni en 40%; pero sí me identifico con la misma idea que puede expresarse de otro modo, a saber, eliminando la cláusula de sobrerrepresentación en 8%: esto significa que ya no habría límite al número de diputados plurinominales que pudiera obtener el partido más votado, se repartirían en función de su votación; así por ejemplo, el PRI en 2009 hubiera podido obtener más de 251 escaños en esas elecciones intermedias. No veo razón por la que los promotores de la reforma política, es decir, Calderón, Beltrones, Creel, González Morfín, Carlos Navarrete y Pablo Gómez, todos ellos merecedores de fuertes aplausos, no puedan también tolerar el cambio que propone Peña Nieto. No les gusta, pero no es el fin del mundo. Y si este es el precio a pagar para sacar lo demás, la sociedad mexicana entendería que vale la pena. jorgegcastaneda@gmail.com@JorgeGCastaneda