Como se sabe las redes sociales cobran una creciente importancia en la política y la comunicación: para evitar alcoholímetros, difundir rumores y provocar minicrisis en ciudades. México llega tarde a las redes, como llegó tarde al internet, pero tiene una gran ventaja en Facebook y Twitter con relación a internet: el país brincó de la ausencia de líneas fijas a la era del celular, lo que dejó a muchos hogares sin la posibilidad de un fácil acceso a internet, pero en cambio le dio a millones de ciudadanos el fácil acceso las redes sociales.La explosión de participantes en las redes hace que la pasión y la novedad generen enorme entusiasmo; aunque mucha gente con limitada experiencia de comunicación, diálogo y debate participe.Relato dos experiencias en las redes. La primera con el "fuego sobre el senado", invocando a la vieja frase de Mao que desató la revolución cultural en 1965 "fuego sobre el Cuartel General". Esta campaña en Twitter tuvo por propósito inundar a los senadores en los días previos a la aprobación de la reforma política para que procediera. Ninguno de los que participamos en este esfuerzo nos hacemos la ilusión de que gracias a ello se aprobó la reforma, pero sin duda contribuyó. Al igual insistimos con los diputados, quizás con menor éxito, pero pudiendo aglutinar en torno al propósito a algunos de los seguidores que tengo.Sin embargo, noté lo siguiente. Los twitteros pueden dividirse en tres categorías. La gran mayoría son gente de buena fe y en general apolítica, que reproduce en Twitter el sentido común mexicano: ingenioso, pícaro, inmensamente ignorante y plagado de lugares comunes. El segundo segmento: es gente cuya fe, buena o mala, es difícil de discernir, son más activistas, empeñosos, y más desparpajados; disponen de mayor información política, económica, social, internacional; tienen un mayor nivel educativo y opinan sobre distintos acontecimientos de manera más o menos sofisticada, ilustrada y siempre pertinente. Luego hay el pequeño grupo de locos, al que podríamos agrupar bajo el rubro de los integrantes del sendero del Peje, es decir, los ultra izquierdosos partidarios de AMLO, La Jornada, Castro y Chávez, que en el fondo son los mismos que agredieron a Labastida en la UNAM y a Bravo Mena en la FES Acatlán.La segunda experiencia tuvo que ver con estos últimos. A partir de mi exasperación con sus calumnias, en particular con un supuesto acto de corrupción mío de hace más de 10 años cuando estaba en el gobierno -cosa que no acepto nunca, aunque acepte todas las demás calumnias, porque esas son gajes del oficio-, se desató una respuesta virulenta y, efectivamente, mal hablada contra este pequeño grupo de talibanes del pejismo en Twitter. Comprobé que ellos son muy pocos -entre mis casi 40 mil seguidores, no pasarán de 30 o 40, y funcionan en automático. El sector intermedio, el primero al que me referí antes, enfrenta serias dificultades para distinguir lo pertinente de lo que no lo es. Gente con simpatía por lo que estaba diciendo a la vez se indignaba por errores de dedo míos, y también lo hacían antes cuando las personas que me ayudan en la oficina eran quienes respondían a los tweets. Da la casualidad que nunca aprendí mecanografía -sigo escribiendo en la computadora con dos dedos- y además tengo la desgracia, para alguien tan vanidoso como yo, de contar con manos agredidas por dedos cortos y gordos, lo cual hace que lo que escribo con teclado esté plagado de "dedos". La gente fue incapaz de discernir entre lo importante, a saber, la necesidad de ponerle un alto a las turbas pejistas o "abajoinsultantes", como los llamó Aguilar Camín, y lo inconsecuente, si mis errores de dedo se traducían en errores disque de ortografía. Tampoco fue capaz de discernir entre las leperadas mías dirigidas a las turbas, pero siempre evitando cualquier recurso invocando a terceros, homofóbico, o socialmente despectivo, cosa que obviamente las turbas no hacen. Las redes sociales tienen un gran futuro en México, pero ese futuro no ha llegado.