La reciente gira de Vladimir Putin por América Latina es un reflejo de la actitud cada vez más extrovertida de Rusia en el mundo y las regiones de las cuales se ausentó desde la caída de la URSS. Es la tercera vez que Putin visita la región. La gira a Cuba, Argentina y Brasil, con una escala imprevista en Nicaragua, muestra también el sesgo ideológico político del periplo: no fue ni a México, Colombia, Perú o Chile -los llamados países del Pacífico, de corte económico más ortodoxo y políticamente centristas. Pero esta gira también pone de relieve el predicamento perpetuo que vive Cuba en su relación con potencias externas a la región y a Estados Unidos.Putin condonó 90% de la gran deuda externa de Cuba con su país por una razón: sabe muy bien que los hermanos Castro o sus sucesores jamás estarán en condiciones de reembolsar un centavo de lo que se les prestó. Asimismo, prometió inversiones cuantiosas de empresas estatales o semiprivadas rusas contra la partida no condonada de la deuda. Es evidente que para La Habana contar de nuevo con el oso ruso como aliado es algo útil, quizás necesario y muy vendible dentro de Cuba, para un pueblo que sigue sin ver la luz al final del túnel.Como es sabido, el subsidio venezolano a Cuba, ya sea de un monto de 8 mil millones dólares al año o sólo de 3 o 4, es crucial para mantener la esclerotizada economía cubana a flote. Y los cubanos son perspicaces y mejor informados que todos los demás: saben que cada día el apoyo venezolano se vuelve más incierto y susceptible a ser interrumpido por acontecimientos internos en ese país. Por tanto, hace mucho sentido para Raúl Castro buscar posibles sustitutos del subsidio venezolano, quizás no en condiciones tan idóneas -un país pobre, sin recursos, de 8 millones de habitantes co-gobierna un país grande y rico de 30 millones de habitantes- pero aceptables. Lo mismo ha tratado de hacer La Habana con Brasil, con un éxito relativo.El problema con el lazo Putin-Cuba es otro: Washington. Nadie puede negar el derecho de los cubanos de ser amigos de quien quieran, ni el de EU de tomar nota y reaccionar como se le ocurra. Esta es la tragedia cubana desde 1959. Con o sin razón, alternativas reales o viables, reflexión o producto de improvisación y rabietas, durante 55 años los Castro han antepuesto su visión de la soberanía y del interés económico cubano a la normalización con Estados Unidos. La injusticia del embargo, y su carácter contraproducente no vienen al caso. El tema es saber si es lógica una política de acercamiento con Rusia hoy, y de búsqueda simultánea de normalización con Obama, que implique el levantamiento del embargo, permiso para los norteamericanos no cubanos de viajar a Cuba.Todo indica que la respuesta es no. Obama se ve agobiado por crisis de política exterior por todos lados: Irak, Gaza y Palestina, el programa nuclear de Irán, los niños migrantes y Ucrania, por supuesto. Putin se ha convertido en un verdadero némesis para Obama, más o menos hábil, cínico y exitoso, pero némesis al fin. La anexión de Crimea, la búsqueda de incorporación de Ucrania oriental a la "vieja Rusia", el apoyo de Rusia a Siria y los vetos rusos en la ONU son un verdadero dolor de cabeza para Obama y fuente de humillación ante su derecha republicana. No se necesita una imaginación literaria para adivinar el efecto entre los demócratas influyentes en Washington del viaje de Putin a La Habana. Lo último que necesitaba Obama era que ahora los republicanos puedan acusarlo de haber permitido el retorno de Moscú al Caribe, a la capital de un país con el que Obama quiere normalizar relaciones.El dilema es infernal para la isla: durante 55 años, a veces de forma consciente y a veces por reacción inconsciente, ha desperdiciado incontables oportunidades de terminar el distanciamiento con EU, por actos importantes, desplantes o gestos innecesarios de nacionalismo o soberanía. Los dirigentes cubanos siempre han elegido la segunda opción; lo que no sabremos es qué elegirían los cubanos de a pie si se les permitiera votar.