La izquierda latinoamericana pasa por un momento trascendente y difícil. Este próximo domingo se resolverá si el Partido de los Trabajadores permanece en el poder en Brasil, acumulando, si gana, 16 años consecutivos al mando. El Frente Amplio en Uruguay enfrenta una elección adversa, también este domingo, en la llamada República Oriental. Cuba, todavía la meca para muchos de los adeptos del progresismo tradicional, confronta hoy una nueva crisis de balseros. Conviene subrayarlo: como informó The New York Times hace algunos días, en el ejercicio que concluyó el pasado septiembre en EU llegaron a ese país por tierra y mar 25 mil cubanos sin visas, el doble del año anterior y el número más elevado desde la crisis de los balseros de 1994. Toda expulsión de migrantes de la isla hacia Miami o Yucatán responde siempre, en parte por lo menos, a las terribles dificultades económicas del momento en Cuba; las de hoy no empalidecen frente a las de otras épocas. En Venezuela, el desplome mundial de los precios del petróleo afecta el presupuesto de un Estado que depende en 95% de los ingresos de PDVSA; al grado que si a eso sumamos la caída de la producción venezolana, el país empieza a importar crudo ligero para mezclarlo con el crudo pesado del Orinoco para no perder contratos y clientes. Y en México, de una manera trágica, paradójica y casi irresoluble, la izquierda mexicana sufre los estragos de los terribles acontecimientos de Iguala, de los cuales no podrá reponerse fácilmente.Todos salen raspados en Guerrero. El PRD, ahora presidido por el sensato y talentoso Carlos Navarrete, al no encontrar la cuadratura del círculo y haber postulado a Ángel Aguirre como su candidato a gobernador hace 5 años. Morena y López Obrador, por querer postular para el año entrante a un candidato vinculado al presidente municipal de Iguala y al trágico episodio de los desaparecidos de Ayotzinapa. La fracción de izquierda de la comentocracia y de los medios mexicanos también sale mal parada porque, con algunas notables excepciones, no pudo vaticinar lo que iba a suceder, no lo denunció a tiempo, y ahora trata de recuperar el tiempo y la distancia perdida frente a los estudiantes de buena parte del país, a los familiares de la víctimas y otros sectores enardecidos.El problema para la izquierda mexicana es doble. Por un lado, se encuentra tan infiltrada por -e involucrada con- fenómenos de corrupción, de narcotráfico, y de represión y crimen organizado como el PRI, y en menor medida el PAN; no logra despojarse de la imagen de ocupar un segmento del espectro político, al final del día, igual a los demás. Por otro lado, el día a día de la presidencia del PRD, la crisis de Guerrero, las candidaturas del año entrante, el reparto del botín del INE, la perpetua guerra de tribus en su seno y, ahora, la confrontación PRD-Morena le impiden a unos y a otros entablar el aggiornamento político, ideológico e internacional indispensable para que la izquierda pueda ganar la elección presidencial en un país donde todo se presta a que triunfe electoralmente. Si fuera cierto que, además, en Guerrero volveríamos a las épocas de cavernas guerrilleras, peor tantito para la izquierda que se verá obligada a definirse a favor o en contra de las mismas.En estas condiciones, y ante el creciente debilitamiento del gobierno de Peña Nieto debido a factores fuera de su control, y de reacciones erráticas -bajo su control- ante esos fenómenos, y visto el persistente letargo económico, se confirma la posibilidad de una pesadilla nacional en 2018. En cuatro partes. Un solo candidato de izquierda: López Obrador. Un programa y un discurso de ese candidato: cavernícola. Un PRI incapaz de mejorar el desempeño gubernamental en ámbitos que afectan directamente la vida real de los mexicanos del PAN durante 12 años. Y un PAN incapaz de entender que sólo puede ganar elecciones cuando postula candidatos… no panistas de corazón. Si hace unos meses la perspectiva -para mí aterradora- de una victoria del Peje en 2018 parecía factible, hoy se antoja hasta probable.