Arrancó la campaña presidencial en Estados Unidos y, como siempre, encierra lecciones para México. Una de las peculiaridades de esta contienda es que, no siendo aspirante un presidente en funciones, la candidata demócrata carece de rivales, por ahora. Su principal oposición se encuentra entre los republicanos o en los medios. Por otro lado, la abundancia de suspirantes conservadores —llegarán quizás a 10— hace que entre ellos se peguen poco respetando la máxima de Reagan: “Nunca hables mal de un compañero de nuestro partido”. También del lado de la derecha, la crítica y la lupa permanecen en manos de los medios.
Estos son de dos tipos, grosso modo: los periódicos y las cadenas serias —liberales en el sentido estadunidense, como The New York Times, The Washington Post, PBS, NPR, o conservadores, como The Wall Street Journal— y las más escandalosas, de izquierda o de derecha, como Fox, NBC, The Huffington Post o varias más.
Unos se concentran en la denuncia de opinión; reproducen y amplifican las investigaciones de los otros. Éstos encargan largas y costosas pesquisas sobre la vida, historia, finanzas o amigos de los candidatos, sin que importe si los blancos de su afán investigativo coinciden con sus ideas o no. Todo se vale contra adversarios o aliados. En su conjunto, constituyen el irritante e indispensable cuarto poder.
En México no hay oposición tajante, con excepción de AMLO y Morena, cuyas posturas serán radicales pero sin sustancia. De allí que también sean los medios quienes por default se vean condenados a fungir como opositores o a volverse cómplices de la aparente unidad o silencio de la clase política sobre sí misma. En las campañas para gobernador, los candidatos se dan hasta con la cubeta; en las de diputados federales, ni con el pétalo de una rosa. De modo que si los medios no cumplen con el papel que la coyuntura les ha asignado, impera un vacío de investigación, denuncia o exigencia.
En México los medios susceptibles de realizar esa tarea son pocos. Los que tienen audiencia, carecen de voluntad; los de un periodismo militante o activista, carecen de audiencia, y las redes sociales no bastan. De manera que corremos el riesgo de que nos suceda lo que en 2012: la falta de una mirada acuciosa, obsesiva y denunciante de los medios deja inerme a una ciudadanía con escasa experiencia democrática, apenas organizada y desprovista de información para tomar decisiones. Los ciudadanos tenemos la culpa, pero los medios donde comentamos los comentócratas, también.